B., querido, te entiendo perfectamente. A veces yo también desfallezco, de cabo a rabo. Esta misma mañana: Agonizante. Es lo menos que puedo decir.

No le quito espesor a tu pesimismo, ya sé que hablas desde una decepción de fondo, pero a veces -y en mí la decepción es natal- son estadios estacionales, crisis «de edad» que pueden ocurrir en todas las edades. Desde que el mundo es mundo, hace unos cuantos años, es encarnizado con el espíritu, con la profundidad de la vida individual. Pero esta Inquisición se ha redoblado en el universo moderno. Nuestro mundo es el demonio, salvo raras islas de acogida. A veces dan ganas de fundar una secta.

La muerte del padre, que yo sufrí hace un tiempo, nos coloca además en un estadio extraño, de exigencia límite, de intransigencia lunática.

La verdad es que a mí, para la prostitución media que es el presente, siempre me ha faltado «cintura». Tengo la espada, me falta a veces la ternura. Y ahora esto no ocurre menos que antes. Mi reto es siempre el humor, cierta jovialidad para esta desolación del presente. Reconozco que no es fácil.

Pero tenemos dos manos. Una debe estar con la verdad, que, sea lo que sea eso, cada uno sabe qué es, ya que nos marca por dentro. Se sabe, aunque cada verdad irrumpe en una crisis del saber, en que no nos deja.

Te envío entonces esa encuesta que respondí casi a bocajarro, ante las preguntas religiosas de una persona que no conozco, ni me importó demasiado su «intención». Si es que la había.

Sin ningún compromiso, ya me dirás si se tercia.

Un abrazo muy fuerte. Y mucho ánimo en este presente tan raro, donde cuesta hasta tener enemigos. Hasta pronto, pues prometo llamarte antes de la próxima visita.

Ah, y tienes una Galicia abierta para ti, al menos de junio a julio.

Ignacio

Santiago, 4 de junio de 2022