En Perros de paja la violencia que se desata, a pesar de la fama de Peckimpah, está más que justificada argumentalmente, con argumentos que se pueden entender. En contra de las apariencias, no es una película simplemente violenta. Por el contrario, se trata de un estudio psicológico sobre la cobardía y la decisión, incluso una reflexión sobre la delgada línea que separa a la timidez del heroísmo. Dustin Hoffman, que hace el papel de un profesor americano de matemáticas, llega a un remoto pueblo inglés (el pueblo de su esposa) en busca de tranquilidad para terminar una complicado estudio de álgebra, para el que está becado. El pueblo es tan apartado que ellos dos constituyen enseguida una atracción (una niña incluso les espía por las noches). Además, la mujer del visitante (Susan George) es espectacular, demasiado moderna para los gustos de la gente de allí. Por su parte, él es un «intelectual» que en cierto modo huye (al menos, eso dice su mujer) de los conflictos estudiantiles en Norteamérica, donde no ha querido comprometerse. Al llegar se encuentra con varios jóvenes locales hoscos, violentos, oscuros, que además de burlarse de él coquetean con su mujer (uno de ellos ha tenido anteriormente una corta historia con ella). Esta película constituye la radiografía, la disección de una aparente cobardía, la del estudioso de matemáticas que ante los jóvenes del pueblo es un inútil: apenas bebe, no conduce, no satisface a su mujer, no consigue seguir las bromas de los jóvenes de la aldea. Ella, además, se crece, se hace más juguetona y frívola allí, en este pueblo donde tiene raíces, donde la encuentran tan atractiva a ella y tan «raro» a él.

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