Querido J.:

Te veo otra vez desaparecido, sin contestar a mis mensajes. La verdad es que el formato de «Punto de emancipación» me gustó, también para mi libro. Interrumpes lo justo a A., sin quitarle en ningún momento el protagonismo y sin dejar tampoco de conducir el diálogo por donde debes. Me vendría de perlas algo así para Lluvia oblicua, un libro muy distinto a Ética del desorden. Y muy político, a pesar de que hace unos días, en un debate mexicano, A. M. comentaba que no le parecía que mi libro «aportase soluciones». Sí lo hace, pero no las que él quiere oír. Ni siquiera partimos de parecidos problemas, y las preguntas son distintas. Tanto en el signo como en el ritmo.

Sin ser directamente político, mi libro admite inmediatamente una lectura «de izquierda». Muy lacaniano, lo cito más de veinte veces y lo uso mucho más, Lluvia oblicua es una interpretación impertinente y gamberra de nuestro presente occidental, tan encantado de haberse conocido. Una interpretación hispana y «salvaje» de las emociones, la memoria, la percepción o la inteligencia artificial, por poner cuatro ejemplos. Todos sus capítulos surgieron de las clases de Psicología y del impulso de una rabia desnuda, no de un saber eurocéntrico que sobrevuela la mugre que pisa el común de las gentes. Si le echas un ojo a las primeras páginas, verás que se trata de un libro profundamente incómodo para la filosofía académica y la buena conciencia occidental. Nada incómodo, sin embargo, para casi cualquier lacanismo.

Mi libro, que (como la Ética) se también puede leer «a saltos», supone una prolongación intersticial del Foucault que nos ayuda a resistir este «terror de la inmanencia» capitalista, esta opresión plural, acéfala y dispersa. No hay ni un solo capítulo de Lluvia oblicua, ni siquiera el final sobre el cristianismo, que se acerque siquiera a un conformidad (tampoco socialdemócrata) con el estado de cosas reinante. El bajo de fondo es un Foucault agilizado y, a la vez, un poco más «alemán», como en el vientre de Nietzsche (Bataille, Heidegger, Freud) y atento a un registro dionisíaco-ahistórico, e inconsciente, que no siempre está patente en el autor de La voluntad de saber. No se trata ahora de olvidar a Foucault, sino de afinar sus instrumentos.

Lluvia oblicua parte de una «noticia» en cierto modo terrible. El peligro, la violencia no viene solo de alguna ideología en particular, de una fuerza política localizable, sino también de una pulsión de goce progresista, y colaboracionista, muy íntima y repartida. El espíritu del capitalismo tiene una sola idea: una circulación infinita que nos impida habitar, que impida que lo vivido en la sombra del cuerpo llegue a la cabeza. La vieja separación se ha personalizado, incluso se ha hecho divertida. Es un poco aquello que comentabas tú, creo que en SoledadComún, de que en el fondo de lo que ha sido expropiada la gente es de su «derecho a la nada».

Además de un sistema económico determinado, el capitalismo es también un espíritu, una cultura metafísica: la voluntad de no dejar jamás que las verdades subterráneas e impolíticas que nos dividen lleguen a ser una decisión. Una decisión política, porque reharía las hegemonías en juego. El capitalismo ha logrado que la separación comience por nosotros mismos, en este cortocircuito entre razón y vida, profesión y sentimientos, imagen pública y confesiones privadas.

Por eso el sistema funciona casi con cualquier ideología, con tal de que sea eurocéntrica, reabsorbiendo los acontecimientos que podrían amenazarlo.

Para agitarlo, mi libro se dirige a un malestar larvario, sensible y amorfo, a una «minoría de edad» que subsiste en los entresijos de la superficie política. Se dirige a la inteligencia del corazón, al genio de su soledad común. Me gustó mucho eso que dijiste de que no hay nada más igualitario que la singularidad. En un orden social tan diverso en su apariencia comercial, como unificado en su indiferencia de fondo, ¿qué hacemos con la cólera y el odio, esos sentimientos tan inevitables y tan humanos? Con toda la fuerza política del deseo, es necesario darle una salida a la rabia, aunque esa tarea (política e impolítica) sea aproximadamente interminable.

Durante un tiempo me incomodó la cólera de Lluvia oblicua, su despiadada ironía, como si con ella estuviera haciendo nuestro mundo todavía más irrespirable. Ahora es distinto. La labor afirmativa está hecha, también en ese libro, para quien quiera escucharla. Además, ¿qué es la piedad por la humanidad que sufre, que es la afirmación sin furia, ironía y crítica? ¿Qué es la amistad si no se pueden tener enemigos? Tenemos dos manos muy distintas. Hay que ser capaces de un Sí y un No simultáneos, en planos muy distintos, incluso a la mejor de las versiones de la democracia.

Con una mano debemos ser porosos a todos aquellos movimientos instituyentes, a veces infraleves, que parten de abajo (¿el 15M?). Otra tiene que estar atenta al mapa geopolítico de los partidos y los estados. Es necesario que algún Estado, en algún punto, atienda urgentes demandas populares. Y un Estado no es igual a otro, ni un movimiento político es igual a otro. En todos los casos, hasta en lo «impolítico», tenemos que elegir, y en cierto modo elegir es hacerlo políticamente.

Confío en tu agilidad intelectual, y en tu sentido del humor, para ver cómo tus legítimas inquietudes políticas entran en la violencia inicialmente «no política» de estos textos. Tras ella, hay una insobornable apuesta por otra humanidad, aunque tal vez necesitemos un pequeño apocalipsis para despertarla.

A pesar de que me he extendido, seguro que me dejo algo importante. Gracias por tu tiempo, J. Dime simplemente dónde y cómo te acerco el libro. Un abrazo,

Ignacio

Madrid, 25 de enero de 2021