Querida M.,

No sabes cómo me acuerdo de ti. También de otros, de tu curso y de otros cursos, pero especialmente de ti. Aquella seria atención, aquel coraje anómalo a la hora de pensar y hablar.

Hay gente estupenda en todas partes, pero tú eres de las memorables. ¿Recuerdas cuanto te pregunté, no sé si en clase o al margen, cómo te las arreglabas para sobrevivir en medio de aquella juventud tan masificada, tan estereotipada?

Me va bien, creo. Vivo, escribo, siento y pienso. Tengo una hija y una novia adorables. Una encantadora familia en Galicia y muy buenos amigos, aquí y en todas partes. No me quejo.

¿Sabes lo peor, y no me refiero a la pandemia? Cuesta mucho pelearse, tener enemigos, enfrentarse. Que te tomen en serio y que haya un auténtico y encendido debate.

No sé cómo es Italia o Francia, pero en España sufro por eso. Es como si diera un poco igual lo que digas, con tal de que después seas «majo». Y mira que me esfuerzo por provocar. Nada, no consigo más que significativos silencios, miradas vagas de simpatía o pena y, a veces, algún conato de polémica. Un poco triste.

Tengo el amor, me falta el odio. Y esto es para mí de una crueldad infinita. No soy nada sin espada, sin algo contra lo que luchar. Supongo que soy un poco épico y muy antiguo. Sé que me entiendes.

Total, que yo también entiendo perfectamente tu simpatía por ese conejito doméstico vuestro. Poco más nos quedan que los animales y las plantas.

Por lo demás bien. Acabo de hacer un librito sobre la masculinidad, que te va a encantar. Yo también te echo de menos. Besos,

Ignacio

Madrid, 26 de enero de 2021