Querido M.,

Valga ese refrán, que siempre citaba mi madre, para encabezar por fin esta carta. Te escribo desde este Madrid sitiado por un enemigo invisible, pero que se nota en el miedo vivo en los ojos, en la preocupación palpable en los rostros.

Antes de ayer terminé tu poemario y ayer lo repasé. Es magnífico, digno de figurar en la mejor colección de poesía. No sé si me impresiona más la experiencia amorosa que trasluce o la precisión del lenguaje.

En muchos momentos encoje en el corazón. Por cierto, tendrás en mi carta «Ha sido un placer» (la encuentras en mi web, a través de internet) un desarrollo muy distinto de otro desengaño amoroso, también arrasador.

Pero en tu caso es el lenguaje además el que sobrecoge, en múltiples momentos: «Ella vino con el avance de la lluvia»; «Cierva tendida»; «Todavía el cielo»; «En vilo. No me pidas además que te cuente»; Chiquillas obstinadas en ser como tú…

Encoje el corazón. Nunca te oí tan humano, nunca tan humilde. Aunque siempre lo has sido. Por ejemplo, estos dos poemas recuerdan al M. de siempre: «He soñado con ríos» y «No sólo es/ que tu inteligencia me excede». Tal vez nunca tan humano, tan rotundo, tan simple en el mejor sentido de la palabra.

Una pregunta de amigo. ¿Llegasteis a intimar físicamente, a hacer el amor? O tal vez la cosa no pasó de aproximaciones, enamoramiento y escarceos…

No tiene mayor importancia. Al menos yo, imagino lo que sufriste. Hablando de sufrimiento, no sé Zaragoza… pero en Madrid nos esperan días muy tristes. Las palomas mismas deben estar extrañadas de este silencio de las calles.

En fin, hay que prepararse para días y días nada alciónicos. Seguro que algunos debemos aprender algo, aunque todavía no sepamos qué.

Un abrazo muy fuerte y gracias por ese valor, que va mucho más allá de lo que se llama letra.

Hasta después, que te llamaré,

Ignacio

Madrid, 14 de marzo de 2020