A., querido,

¿Por qué no lo dejamos? Como amigos o como conocidos, qué más da. Como lo que tú quieras, pero sin malos rollos.

Creo que perdí el correo donde me escribías sobre Lluvia oblicua, pero no importa, seguro que nos liábamos otra vez. Y acababas de  nuevo ofendido, estérilmente: ¿para qué? Todo esto es un poco agotador. Y lo es desde hace años, querido. Prácticamente no hay nada que te diga, que te escriba o que pueda decirte, que no genere inmediatamente una ráfaga de ironías, quejas, protestas, impugnaciones a la totalidad, enfados y reproches.

De verdad, no vale la pena. Debe haber algo que me perdí allá atrás, hace años, pero así es siempre. El otro día, lo de A. era una completa tontería. Afortunada o no, de acuerdo, pero una tontería sin ninguna carga. Y casi desencadena la Quinta Guerra Mundial. Pero si no fuese eso sería otra cosa.

Recuerdo cuando hace cerca de diez años te envíe aquella «Una encuesta inesperada» (¿Recuerdas? Una encuesta de Psicología que me devolvieron mis alumnos y yo contesté y reenvié después). Bueno, pues de los cientos de correos enviados fuiste el único, creo recordar, el único con el que me enzarcé seria y abruptamente. El único. Y así ha ocurrido demasiadas veces.

Cuando te hago una recomendación de buena fe, o dos, lo mismo. Enseguida me contestas con cajas destempladas. Y a lo mejor tienes razón. Tenemos gustos muy diferentes, humores muy diferentes y tal vez estamos en un punto de nuestro recorrido vital muy diferente.

Entonces, ¿para qué continuar y seguirnos molestando? Te pido disculpas si te he molestado en algo. Nunca máis. El mundo es muy ancho y queda mucha gente, incluso para personas tan «especiales» como yo o como tú, para estar a gusto, de acuerdo o en desacuerdo.

Y no son los acuerdos o desacuerdos los que caracterizan nuestros desencuentros. Eso qué más da, ¿qué importaría? Es el tono mutuo, de duelo medieval, como si tuviéramos siempre que demostrar quién la tiene más larga.

Se acabó. Lo siento, será culpa mía, pero no me interesa, Ni me interesa remontarme a atrás, a no sé qué reunión de Microfisuras, etc.

No, prou. Vamos a dejarlo, querido. Sabes que, mientras tanto, te deseo lo mejor.

Dale un abrazo a A. y a tu hijo, otro para ti y ya nos encontraremos. Tal vez un poco más viejecitos y entonces (je) un poco más serenos.

Hasta entonces, por favor,

Ignacio

Madrid, 12 de abril de 2020