Dinastía industrial. Un lujoso edificio gris, ajardinado en medio de Milán, es el recipiente de un calor familiar lento, moral, adinerado, casi perfecto. Lo que se retrata, sin embargo, se parece a una muchedumbre solitaria, donde cada uno gira en sus cuitas, en su percepción. Desde el principio nos sentimos ante algo de sorprendente buena factura. Lo mejor es cuando no ocurre absolutamente nada y la cinta se recrea en planos largos, sin argumento, mezclando retazos inestable con escenas de paso, miradas de soslayo, perspectivas ciudadanas y domésticas, gente cruzando, conversaciones a medias. Y todo ello teñido de una piedad, por cada detalle, casi animista, intensamente poética.

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