Hola, P.,

Sí, hago lo que puedo para «seguir en forma»… Aunque mi forma está quizás algo resentida por este mes brutal que llevo, sin empleo ni suelto para terminar un libro que comencé hace años. En resumidas cuentas, como estoy tan absorto, no sé en qué estado está este año la Olimpiada Filosófica, que sí recuerdo que comentamos e intentamos iniciar. Para más Inri, como sabrás, C. está en Inglaterra hasta dentro de unos días. ¿Hasta qué día teníamos de plazo para matricular al centro y demás? Yo me incorporo el próximo 1 de diciembre y prometo ponerme también con eso, inmediatamente… suponiendo que todavía tengamos tiempo.

En cuanto a París, comprendo tu perplejidad en alguno de mis pasajes. Comprenderás que el asunto no es fácil. Por lo demás, aprovechando el momento y el avance de mis investigaciones este mes, digo ahí cosas relativamente nuevas. Que la religión encierra un potente caudal cognitivo tiene que ver con la paradoja de conocer lo singular, aquello que no tiene ninguna equivalencia externa. Tiene que ver, por lo tanto, con el «concepto» incrustado en el aura de la obra de arte, eso que a veces Kant llama «universalidad sin concepto». Tiene que ver, en fin, con Nietzsche y la vieja idea de que la pregunta por la trascendencia no es algo que se relacione con el «más allá» del aquí y ahora real, sino que brota de una imposibilidad que atraviesa a lo real mismo, en su más inmediata materialidad.

Claro, en este punto clave, es posible que el bueno de Kant, incluso con el concepto de lo nouménico y su distinción entre conocer ypensar, no nos sirve de mucho. Más bien Kant representa un atraso en relación al nivel que alcanzó la filosofía en Leibniz, Descartes o Platón, por poner tres ejemplos venerables. Por decirlo de manera sumaria, en todo el racionalismo y en Nietzsche, lo nouménico es susceptible de conocimiento, de un conocimiento paradójico estricto. Aunque su verdad se parezca más a la de una matemática monadológica bastante loca (Leibniz), a la de la poesía (en la escritura de Nietzsche), o a esa «locura proclamada en alta voz» con la que Paulo de Tarso intenta presentar la verdad del cristianismo.

Pero sí, reconozco que todo esto es una cuestión larga y compleja que es mejor merodear con unas cañas y unas tapas delante. Me queda sólo una semana de tortura intensa (después, en diciembre, una tortura más lenta), así que intento en la semana entrante que quedemos para darle unas vueltas a todas estas cosas, Olimpiada filosófica incluida.

¿Sigues llevando tan bien la jubilación? Abrazos,

Ignacio

Madrid, 24 de noviembre de 2015