Pues sí, queridas, me produjo (bajo mi capa de imperturbable titanio) una cierta tristeza la conversación de la mañana con vosotras. Primero, existe otra vez un cierto malestar en los cursos. Segundo, nadie me lo comunica a mí, en clase, sino a través de dos alumnas que es evidente que tienen una especial relación personal conmigo.
En fin, ayer, después de una sesión que impartí a profesores normales (los mismos que no han visto ni verán Youth), ya llegué a casa con la sensación de estar en franca minoría. Peor aún, la impresión de que hablo en arameo y no consigo hacerme entender. Y no sólo por cómo lo digo, sino, sencillamente, por cómo vivo y pienso.
Y después, claro, mi ironía. Una ironía que, con distintos tonos según los días, no consigo siempre moderar. A veces un poco amarga, es cierto, debido a que uno se siente un poco aislado, rodeado de cierto silencio. O pone el listón muy alto y es demasiado exigente, yo qué sé. Después, un día te sienta regular enterarte de que tus alumnos te temen y no se atreven a hablar contigo.
Vamos, en resumen, la sensación de que no me entero de nada y la gente, a veces, me da la razón como se le da a los locos.
No es que sea más vulnerable de lo que parezco, que posiblemente lo soy, sino que además uno a veces tiene la sensación de estar fuera de juego. No sé por qué, hoy no me resultó muy alegre lo que me contasteis, aunque no sea nada grave.
Me explico, ¿verdad? Besos,
Ignacio
Madrid, 20 de abril de 2016