Bueno, M., a ver. El título suena ya a lo que se pide en un partido de baloncesto: alto, necesitamos pararnos. Detenernos, debatir con nosotros mismos, tomar una decisión. Esto es en cierto modo la poesía en nuestro mundo lanzado: una percepción clandestina, un cruce de caminos, una indecisión, un alto en la carrera. Y decir después en voz alta lo que los hombres sólo se confiesan en voz baja y de madrugada.

 

Si no es un ejercicio literario de narcisismo, escribir poesía (aunque fuese mala, y no es el caso) ya expresa una voluntad de resistir la pragmática imperante de la velocidad, la presión infame del presente, por la derecha y por la izquierda. No me extraña que seas amigo de M. Á.: creo que os unen vivencias del envés, del sufrimiento del otro lado, lento, sombrío, difícilmente confesable. Aunque, desde luego, tú más mundano, menos melancólico, deseoso de mezclar las verdades con la vida cotidiana.

 

En concreto,  aparte de esta virtud per se de hacer poesía, tu libro está lleno de hallazgos, momentos qe son tan poéticos como intelectuales: «Dijo ser un hombre, / sin haber sido nunca persona» (II); «Quiere renacer en ave / cuando aún no ha muerto en hombre» (III). Y a veces en lo más sencillo: «Llega el rugido de la noche…» (VI); «Los recuerdos, como la gente, / no mueren hasta que los entierras (VII); «Mañana seré todo sin haber sido nunca» (VIII); «Combina azul y negro / con restos de aire de primavera» (IX); «Espero no ser nadie» (XI, aunque se repite en XX). Sí, a veces, lo mejor son momentos muy simples, como un fogonazo, sin literatura: «marca del invierno» (XIII); «réquiem de su acorde» (XIV); «florece entre las grietas / del maquillaje que la ata» (XV); «la rutina de su castigo» (XXVII).

 

Al final de mi juventud: sí, también esto es la sabiduría: hacerse viejo prematuramente para después, de mayor, poder ser jovial. Estos y otros momentos recuerdan una verdad muy sencilla. La poesía no debe retroceder ante el reto del sentido común, la llaneza de lo vulgar. No creo que deba buscar un mundo aparte, a salvo. No debe ser tampoco el adorno excepcional de la prosa del día, un lujo de fin de semana. La poesía es la verdad del mundo, por eso debe ser precisa, mucho más que la ciencia: con la precisión de lo imperfecto e irregular, de lo que está mezclado con la muerte y el no saber diario.

 

Un consejo. Evita los tópicos poéticos: la palabra arder, las alusiones a la melancolía, a la noche y al sufrimiento infinito de los que caminamos por el «otro lado». Etcétera. O sea, el romanticismo fácil. Existe un libro precioso de Rilke, Cartas a un joven poeta, que lo dice todo acerca de la poesía y lo que ésta pone en juego. Por ejemplo, cuando el joven poeta le pregunta a Rilke cómo saber si sus poemas son buenos, Rilke sólo le contesta: «Pregúntese si podría no hacerlos, pregúntese si podría vivir sin escribirlos». Es decir, más que ninguna otra cosa, la poesía ha de nacer de una extrema necesidad, de un hambre de sentido que otros (protegidos por un día sin noche) no tienen.

 

En este aspecto, no sé si en Tiempo hay más la voluntad de la poesía que su realización… Pero no sería un defecto grave. No sé si sobran palabras, si sobra «lenguaje poético», a veces metáforas forzadas o lecturas rápidas… Es un defecto muy típico de un inicio que falte simplicidad, experiencia, barbarie común… y sobre literatura. Por ejemplo, en esas figuras demasiado literarias o forzadas, un ejercicio preciosista de palabras que oculta el ritmo, o la belleza, o el sentido: en V, desde «La bruma» hasta «estilográfica», ¿qué quiere decir ese fragmento, a qué experiencia obedece? O «tiempo ambiguo y descarado» o «Abanico de colores y creencias arde en llamas del desierto» (VIII). O «endureció, contra el luto / de un cadáver educado» (XIII). O «perpetra la tumba de su vejez» (XXVI). Cuidado con toso eso donde la «poesía» tapa a la palabra. La institución poética, como tradición y cultura, no puede tapar la síntesis de la palabra apretada a una vivencia. Esto no quiere decir, claro, que la poesía no pueda ser oscura: pero sólo si la vivencia lo es.

 

A veces podría faltar la ley de gravedad exterior al lenguaje, la dureza de las afueras no literarias. Pero no está nada mal, estás empezando. Sólo una última cosa, que me importa. Un pensador del pasado siglo dijo un día que la industria salva las cosas añadiendo un sustancia que altera el original. Conserva al precio de envenenar. El arte y la poesía salvan las cosas entregándolas a su perdición, dejándolas caer para hacerlas flotar en la misma caída, desamparo, soledad.

 

Esa es la idea, levantar un vuelo, un modo de dicha y de lenguaje, que venga de la misma grave realidad, de su inevitable condena. Creo que, teniendo en cuenta esta vara de medir, no vas nada mal.

 

Ánimo y adelante. Abrazos,

Ignacio

 

Madrid, 9 de marzo de 2015