Buenas tardes, J. No te enfades, pero lo que quería comentarte esta mañana era lo siguiente. Entré en el acto sobre el Holocausto hacia las 13’30 y me fui un poco antes de mi hora, a las 14’15, un poco escandalizado y sin querer intervenir.

Confieso que en mi condición de judío (por origen y formación cultural) de segunda clase, crítico con el estado de Israel desde hace años, estoy ya un poco harto del tema. Llevo más de veinticinco años poniéndole a mis alumnos Memoria de los campos, el impresionante documental montado por Hitchcock sobre el Lager de Bergen-Belsen, y sacando el tema del nazismo cada vez que hay una oportunidad. Te reproduzco abajo un tema de ética basado en la «banalidad del mal» de H. Arendt.

Creo sin embargo que hace tiempo que el tema del Holocausto, que llena de best-sellers las librerías y los cines, tapa ya demasiadas matanzas actuales. Por ejemplo, ese holocausto a cámara lenta (a fuego o frío lento, no sé) que el estado de Israel perpetra a diario sobre esos «judíos de los judíos» que son los palestinos, en los territorios acosados de Cisjordania y Gaza. Acoso gracias al cual Hamás ha conquistado en esos nuevos Lager un poder que nunca tuvo el islamismo radical.

Hasta ahí mi incomodidad con el acto de ayer era la habitual. Pero cuando el joven orador llegó al caso de Elie Wiesel, y su supuesto debate moral sobre la necesaria «ejecución» (sic) de un oficial británico en los años cuarenta, mi indignación llegó al paroxismo y decidí irme, sin montar ningún número. Ahora resulta que un «debate moral» (que en términos jurídicos supondría el agravante de premeditación o alevosía) permite llamarle a un asesinato «ejecución», de paso que se oculta el comienzo terrorista del moderno Estado de Israel.

Es un poco, siento decirlo, tomar la dirección contraria de H. Arendt, cuando ella (sin discutir que Eichmann, responsable de miles de muertes, debía ser ejecutado) insinuaba que este asesino de masas nazi era un simple y mediocre funcionario, escrupuloso obediente de la Ley alemana y empeñado en medrar bajo su amparo. Un «debate moral» que convirtiera en razonadas y conscientes (por tanto, casi sádicas) las decisiones de Eichmann no haría más que otorgarle una responsabilidad ética que Arendt se resistía a concederle.

Esta es la banalidad del mal que nos envuelve hoy por todas partes, rodeados como estamos por gente que se limita a aplicarnos sin pestañear la normativa vigente, sin ninguna implicación personal y sin atender tampoco a la singularidad del caso.

Pasé un poco de vergüenza, la verdad, asistiendo ayer a una versión israelí de esta banalidad triunfante. Lamento de veras haberte molestado esta mañana, tan temprano, pero es lo que pienso y lo que siento.

Te pongo abajo el texto sobre Arendt, que también este año fue objeto de estudio y debate en mis Primeros de Bachillerato.

Felices vacaciones,

Ignacio

Madrid, 22 de marzo de 2018

libros


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