Buenos días, J.,

Le debo a R. una comida deliciosa, pues lo pasé en grande el domingo pasado contigo, con L. y P.

Yo estaba casi eufórico después de una mañana estupenda en la Feria del Libro, con abundantes encuentros, amigos y ventas. A pesar del ánimo extraño de P., a quien todavía no conozco bien, encontré muy afortunado el quinteto. Oí decir en serio y en broma, incluso me oí decir, cien cosas que siguen resonando en mi cabeza.

En particular, esa frase tuya sobre que te sientes «demasiado bueno», que -aproximadamente- te gustaría salir de ahí y no sabes muy bien cómo. Respondí a bocajarro, cosa que irritó un poco a L., algo así como «Has de ser cruel para ser amable». Ya sabes, el famoso emblema de Hamlet: Speak daggers and use none.

 

La verdad es que no soy, digamos, pacifista. Pero no, no me quedé a gusto con mis consejos. Tal vez no sea mala idea buscar -en este mundo implacable- un diablo que compense nuestro dios, un peligro que compense nuestra dulzura. Pero pensándolo bien no veo por qué -precisamente en esta crueldad cotidiana- no se puede ser bueno, dulce, atento… Hay en la bondad -Whitman, Machado, Rilke- un arma de tecnología punta, una potencia cargada de futuro. El propio «espíritu de dulzura» del cristianismo, dice Simone Weil, ha sido malentendido. Y no excluye de algún modo la espada, la cólera.

Quizá todo consiste en que un fondo de serenidad y ternura siga envolviendo nuestros inevitables momentos de ira.

Ahora te diría: J., por favor, no cambies. Pero sería bueno prolongar aquella deliciosa comida con otros encuentros. Aparte de la generosidad de R., tienes en Galicia varias casas en las que serías muy bien recibido.

Mi correo es este. Espero que haya pronto ocasión de seguir intercambiando regalos.

Un abrazo y hasta entonces,

Ignacio

P. D. Espero que encuentres en el laberinto de Sexo y silencio un poco de la paz que todos necesitamos.

Santiago, 2 de junio de 2022