Querido V.,
Lamenté de verdad no quedarme ayer a hablar contigo, pero se me hacía muy tarde para una cena pendiente.
Te cuento mis impresiones. Primero me alegré mucho por fronterad y por A., dada la buena factura y la buena puesta en escena que tenía todo aquello, incluida la afluencia masiva de gente.
Mi problema fue, como casi siempre en nuestros escenarios, el narcinismo de los contenidos. Solo estuve de 19 a 20’30 horas, con lo que tal vez tenga una visión parcial e injusta. Pero lo que sentí vale, creo, para la media aritmética de nuestra compasiva solidaridad a distancia.
La chica que hablaba (con problemas técnicos) desde el norte de África, E., dijo algunas cosas. Por ejemplo, ese racismo de nuestras cámaras. Se puede grabar con detalle cómo se ahogan una madre y su hijo, pues son perfectas víctimas profesionales, es decir, oscuros y africanos. De ningún modo se haría eso con gente blanca de Utah, Ámsterdam o Cáceres. Lo que apuntó E. es para mí solo la punta del iceberg de un sutil racismo informativo, práctico y teórico, que me incomoda continuamente.
Después, no sé si estabas cuando habló inmediatamente un escritor conocido. Y aquí ya me sentí de lleno en la victimización habitual. Los malos, la falta de compasión, la crueldad, está en los otros, los taurinos, los de la Derecha extrema, etc. No en nosotros, los intelectuales, hipsters y neopijos de izquierda que estábamos llenando en la sala. Los que somos capaces de decir, sin despeinarnos, que no existe el Otro, puesto que el Otro soy yo. Ahí queda eso.
Con mi habitual paranoia crítica, enseguida empecé a hilar. Primera crueldad nuestra. Nos pasamos la vida ocultando la crueldad de ser, de existir. Tal vez al nacer yo inmediatamente destroné a mi hermana, que quizás sufrió durante años. En todo caso ser, una persona singular, significa pisar a otros, irremediablemente. Más aún si estamos tan encantados de habernos conocido que, como nosotros, no reparamos en los detalles. Por ejemplo Yo, como todos en esa sala, llevo años juzgando, anatemizando, dando caña, criticando, discriminando… ¿Soy solo víctima, no soy culpable de ninguna crueldad? Vamos, por favor. La crueldad es siempre el punto de partida, por muy progresistas que seamos. Negar esto es ejercer un maniqueísmo propio de una película de vaqueros: el indio malo (taurino, inculto, de derechas, machista…) de un lado y el vaquero bueno, ahora ecofeminista, del otro. En fin.
Segunda crueldad. Considerar que el otro que no es como nosotros (sea mujer africana, hombre chino, ruso o boliviano) es necesariamente una víctima que está deseando escapar de su infierno. Claro, el pobre otro no tiene democracia, ni derechos humanos, ni tecnología punta de tarifa plana ni Liga de fútbol. Es normal entonces que desee fugarse de su maldición natal para escaparse con nosotros, donde al menos el crimen y la ablación no son impunes. Así pues, detrás de la frecuente comprensión progresista con los inmigrantes (por parte de alguien que, al vivir en una urbanización de Pozuelo, nunca los va a sufrir al lado) está el racismo de pensar que el otro-otro es infecto, vive en una cultura de mierda y con condiciones miserables que merecen una vida mejor, parecida a la nuestra.
Tercera crueldad. Casualmente, buena parte de nuestras campañas de solidaridad (las mujeres en Irán o Irak, los niños en Siria, los jóvenes alternativos de Rusia, la juventud de Hong Kong o el Tibet) coinciden con la ofensiva militar de un Occidente democrático que lo ha bombardeado todo lo que no estuviese armado hasta los dientes. Es curioso que el tema de Palestina esté prácticamente excluido de nuestra conmovedora compasión a distancia. Se ve que tocaría la sensibilidad de los otros Elegidos, víctimas ejemplares en el Holocausto de otro tiempo y actual vanguardia en el racismo democrático.
Cuarta crueldad. Con la solidaridad y la compasión teledirigida informativamente, hemos montado un inmenso negocio que lava nuestras conciencias, nuestro complejo de culpa. Hemos sido muy malos, pero nos estamos corrigiendo. Inmenso negocio, el de la ayuda, que genera además miles de puestos de trabajo y nuevas formas de corrupción. Como se diría del cáncer: más viven de la tragedia del Mediterráneo que mueren en sus aguas. Ya sé que esto puede sonar a Vox, pero sabes que no voy precisamente por ahí. La propia periodista que hablaba desde África aludía indirectamente a este inmenso y despiadado negocio informativo.
Quinta crueldad, relacionada con la anterior. La Información, uno de los dioses de la época, se ha convertido en un inmenso dispositivo para blanquear nuestra mala conciencia. Según nuestros ignorantes baremos racistas, tenemos un nivel de vida obsceno comparado con los pobres habitantes del Tercer Mundo. Además nuestra depresión larvaria, nuestra desvitalización (pronto no podremos mear sin mando a distancia), se ha convertido en crónica. Pero al abrir los informativos y asomarnos, entre el café y el whisky, a la vida horrenda que llevan los otros, víctimas indefensas de una Capitalismo del cual nosotros no somos parte, lavamos automáticamente nuestra mala conciencia. Good news, no news. Somos el sistema, tal vez lo peor de él (porque, por encima, hemos leído a Foucault), pero al participar en cientos de campañas solidarias borramos toda sombra de pecado. Simplemente viendo lo mal que le va a los otros, al otro lado de la pantalla, automáticamente nuestras miserables vidas se realzan.
En fin, disculpa mis exageraciones. Esto era lo que anoté ayer, con la intención de hablar un poquito y en buen tono. Pero tendiendo sobre nosotros, los que nos reunimos con frecuencia en actos tan impecables, una sombra de duda. Como me pareció que todos los turnos de palabra estaban repartidos entre estrellas elegidas, de las nuestras, y como además tenía la prisa de otro compromiso un poco menos pretencioso, opté por salir.
A ver si algún día cruzamos con calma un encuentro amistoso, con bebidas y sin tema. Abrazos,
Ignacio