Querida O.,

Perdona mi silencio de estos días, pero (como te decía en un Whatsapp) llevaba días muy ajetreado. Tu cuento es breve y lleno de sustancia, supongo que girar a un dejar ir que es ganar. La renuncia, decía Lispector, es la épica mayor que nos espera.

Por aquí todo sigue bien, mezclando (no siempre en la proporción adecuada) tristezas con placeres mundanos. Los silencios de Gandhi los tengo casi automáticamente garantizados, pues paso muchas horas a solas con mi Gelassenheit… o con mi ira.

Además, mi estancia en la montaña de hace veinticinco años dejó en mí una vía de contacto directo con el silencio que puedo utilizar a diario, casi a voluntad, en cada minuto de tormento.

Eso significa que, en mi caso, no puedo vivir sin épica ni heroísmo. Pero cuesta encontrarle alguna utilidad (que no sea ridícula) a la voluntad guerrera en medio de este feroz y autista pragmatismo que nos envuelve.

Deseo de todo corazón que tu hijo encuentre asiento en algún sitio distinto a la comodidad familiar, por ejemplo, en esa magnífica Rivera Maya. Dale recuerdos a é y a A.

Y un beso para ti. Hasta pronto,

Ignacio

Madrid, 19 de marzo de 2018