Querido L.,

la última vez te fallé y dejé colgada tu lectura. Esta vez, por suerte o por desgracia, no ha sido así. Acabo de devorar tu texto, de cabo a rabo. Tiene todas tus virtudes, que tal vez no son las mías: concisión, coherencia argumental, riqueza de lenguaje… Sin caer por ello en la proliferación erudita, en la típica huida académica. ¿Por qué, por qué no caes en eso? Porque te mueve un motor ético de indignación y enfrentamiento, lo cual significa (no automáticamente) un hilo conductor, en cierto modo, una sola idea. Bien. De nuevo me siento orgulloso de ser tu amigo.

Dicho esto, he de decir también que, compartiendo mil cosas de tu texto, y sobre todo su impertinente voluntad crítica de fondo, me encuentro un poco más amargo (o «apocalíptico») en el diagnóstico de este siniestro presente. Se podía preguntar, ¿cuál no lo fue? De acuerdo, pero nos toca lidiar con esta Bestia, no con aquella a la que se enfrentó la Resistencia francesa.

Primero, a nivel de impresiones. No hay nada ineluctable a lo cual debamos rendirnos, ni la informática, ni las pantallas, ni el smartphone, ni la informatización, ni el Big Data ni la estupidez universal de la comunicación. Al menos, el hombre debe siempre escoger su forma de morir.

Segundo. El «fascismo» de cada época tiene sus vagabundos, sus errabundos, y es tarea de ellos, al menos con una mano, ser apocalípticos con la infamia del presente. Tiempo habrá después para pactar con la otra mano. Pero una no tiene por qué entender lo que hace la otra.

En este sentido, me asombra un poco, casi con envidia, esa afirmación tuya de que ahora no se lee menos, sino de otra manera. No sé de qué mundo compartido estamos hablando. Me encuentro rodeado de analfabetos en tres idiomas que no tienen ni puta idea de nada, ni siquiera de lo que intentó decir Adorno en la crítica de la industria cultural, creo que en 1944.

No asistimos, lo repito sin mucha esperanza de hacerme entender, a una «crisis del papel», sino a una auténtica crisis de la piel, de la presencia real y del más mínimo contacto que ella propicie. Las Vegas, en este punto, solo son el epifenómeno del triunfo mundial de un «autismo de alto rendimiento» que asombraría a algunos nazis. Lo que no logró la raza aria en alemán está a punto de lograrlo la sociedad multinacional en inglés: un apartheid de la existencia punto por punto, pegada a la diversión del cuerpo sexy.

Por tal razón la diversión se ha vuelto obligatoria. Esta sociedad es abierta porque ha logrado cerrarse, con un nuevo logo, en cada punto donde una experiencia real amenaza con surgir. Pobre Benjamin, no sabía hasta qué punto tenía razones para suicidarse.

Si él viese hasta qué nivel ha sido «triturada» el aura de todo lo real en esta proliferación hipertextual… No sé, el suicidio le sabría a poco. Tendría que pensar en un  nuevo tipo de terrorismo.

Creo en la pedagogía del trauma, del error que hace sangrar. Y no creo en otra cosa. Creo en la posibilidad real de estrellarse. Y desde ahí, extraer duras lecciones que alguna buena lectura permita organizar. Al fallar eso, la posibilidad de caer, todo falla. El mejor de los libros queda en el aire, sin suelo. Vivimos en un apocalipsis a cámara lenta. Así lo siento, contra todo el buenismo de lo político.

Como el dispositivo socio-tecnológico actual ha logrado ser macro, porque es micro y ha entrado en el sistema neuronal de los cuerpos, no veo la posibilidad de algún tipo de renacimiento cultural que no sea paródico, vicario o secundario. El problema no es la crisis de la lectura, que ha caído (también en el ambiente universitario) hasta niveles deprimentes. El problema es la crisis de la experiencia física. Si no hay viaje real, con sus gotitas de sudor, ¿qué hay que sintetizar en la lectura, que necesidad primaria hay de leer? Y una necesidad es primaria o no es necesidad. Y si falla el hambre falla todo. En este punto soy muy freudiano.

Los libros se han convertido en objetos de adorno. No sé quién es Postman, tampoco sé si me interesa mucho, igual que buena parte del pensamiento estadounidense actual (que ni sabe quién es Emerson o Thoreau). Pero hay, incluso algunos estadounidenses, que han alertado de un problema mayor que el de la lectura. 24/7, el libro de Crary, es magnífico a la hora de alertar de un problema nocturno que nuestra formación ilustrada nos impide ver.

Y también el magnífico «Los archivos del Edén», de G. Steiner. Por no hablar de prácticamente todo Baudrillard, no solo América. En fin, tu texto es magnífico, pero eché un poco de menos una alarma sobre nuestro totalitarismo democrático, que viene de mi experiencia «marginal» y de mis maestros (Nietzsche, Heidegger, Benjamin…). Una alarma que día a día no deja de escandalizarme y angustiarme.

Mil gracias por someterlo a nuestra opinión. Un abrazo, L., y hasta muy pronto,

Ignacio

Madrid, 19 de marzo de 2021