Desde hace tiempo la izquierda que presume de radical se recrea en el horror. Esta parece ser la única venganza posible, la única alternativa admisible a la bochornosa impotencia de la izquierda tradicional. ¿Se trata de dos niveles de un mismo colaboracionismo con la cultura de nuestro altanero Occidente?

Neds emprende un análisis casi puntillista de la fealdad, las barrigas salientes, las arrugas de la carne, los granos en la cara, la violencia estatal y doméstica, los olores a refrito en un barrio desvencijado. ¿Es esto condición suficiente de una literalidad indiscutible? Pues no, no lo parece. Haría falta además una cierta épica, una tensión óptica e intencional para que todo ese amasijo de la realidad humana resultase creíble. La ventaja de una historia no es sólo que pone el sentido establecido en suspenso, sino que se asoma a otro sentido. Al margen de una historia en marcha, ¿qué inmediatez puede ser creíble si no es una escena aislada, inmovilizada en su fuerza?

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