Odio las abreviaturas, toda esta manía actual por lo fast, el impacto de lo breve y la economía móvil de
las contracciones. Empiezas diciendo «finde» y acabas podando la relación con tu madre. Sin embargo, en
arte y en otros sitios, a veces lo minimal tiene la virtud de concentrar en un punto un universo de
significado, como ocurría en los aforismos de Nietzsche. Así ocurre en la condensación poética, en el
haiku y en esta película de Rodrigo García, que consigue una intensidad casi sostenida a lo largo de
nueve cuentos entrelazados. Un poco al estilo de aquellos Short cuts de Altman, poniendo en la pantalla
el laberinto de senderos que se cruzan. La historia no está acabada nunca en ningún sitio, pues sigue en
otros niveles más o menos invisibles, bajo la línea del agua.
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