Perdona el escandaloso retrato, F., es que últimamente no paro. Pero la verdad es que sí, que hay muchos puentes entre Ética del desorden y el universo judío.
Aunque mi libro quiere ser muy cosmopolita, y creo que el planeta entero aparece en él, una de las invariantes que configura su fondo es la tradición judeocristiana, tamizando todas las incursiones que se hacen en la filosofía. Y en particular, en cuanto a mi querido Nietzsche, en cierta evolución silenciosa -en mi filosofía- de la figura del León a la del Niño. A todo mi libro le recorre la importancia de lo pequeño (David), la épica de cierta dulzura capaz de «vencer» a lo grande.
También es constante en Ética del desorden la tierra como «promesa» que nunca se logra del todo, en una inacabable trascendencia. Así como la errancia de unos «elegidos» que, para ser fieles a la Ley, han de peregrinar sin descanso, buscando la ley en el advenir incesante de lo contingente. Etcétera.
Todo este bagaje judeocristiano quizás desemboca en la importancia central en mi libro de la figura y el pensamiento de Walter Benjamin y su amigo Scholem, de un tiempo mesiánico, mínimo en magnitud y máximo en dignidad, que surge a través de la historia y la rehace. Hablo del relámpago del Jeztzeit, ese instante que abre una puerta por la que siempre podría entrar el Mesías. Benjamin y Agamben (El tiempo que resta) redimen el tiempo desde dentro del tiempo. Fíjate por ejemplo en este fragmento de mi libro: «Recordemos el fragmento de I Cor 7, 29: el tiempo es breve. La contracción del tiempo, una recapitulación vertiginosa que relaciona cada instante inmediatamente con Dios –unmittelbar zu Gott, dice Benjamin-, es la situación mesiánica por excelencia. Pero a la vez es el único tiempo real. Entonces, un entonces que en cada caso tiene su tiempo, se cumplirá la fórmula mágica de un monismo que se iguala a un pluralismo, de una Idea que se multiplica por las cosas. Entonces Dios será todo en todos (I Cor 15, 28). ‘Por la economía de la plenitud (pléroma) de los tiempos todas las cosas se recapitulan en el mesías, tanto las celestes como las terrestres'» (Ef 1, 10).
Espero que estas líneas improvisadas, y este pequeño fragmento de un libro enorme, te sirvan. Un saludo.
Madrid, 6 de octubre de 2017