Hola, L.,

Perdona que interrumpa tu puente. Es para ordenar mis ideas en torno a tu tutoría, expuestas abruptamente el otro día, y para explicarte mi relación con G., cuya madre me ha pedido una cita… después del segundo parte que le puse a su entrañable criatura.

Primero. El ambiente general del Ramiro es normal, sin mucha diferencia con muchos otros IES del centro de Madrid. Tengo cuatro Primeros de Filosofía y dos segundos de Psicología, y todo es «normal», con toda clase de grupos, de alumnas y alumnos. Ninguno de mis grupos es perfecto. Yo mismo soy bastante imperfecto. La perfección es irreal y bastante aburrida. Primero A, sin embargo, destaca. Ha logrado destacar, en lo que se llamaba mala educación, casi desde el comienzo. Y esto lo digo después de meses y meses de aguantarme, y de probar con ellos casi de todo… Excepto cantar y bailar, que por ahora no se me da muy bien. Tu curso destaca, siento decirlo, por una desvergüenza constante, una mala educación bastante irritante, día tras día. Confieso que algunos días los dejo salir a sexta hora (miércoles o viernes) un poco antes, más que nada por hartazgo.

Y esto también lo digo sabiendo que esos treinta chicas y chicos son muy distintos entre sí. Muy. Tengo en mi cabeza un mapa (no diré nombres) con tres grupos: las víctimas directas de este desorden descarado, gente que viene aquí a aprender y a intentar llevar buena nota, y ese ambiente se lo dificulta; alumnos que «no hacen, pero dejan hacer», aplaudiéndole las gracias a los que revientan sistemáticamente un mínimo orden «clásico»; y después, naturalmente, la vanguardia natural de este alegre maltrato de la enseñanza pública, maltrato disfrazado de ideología progresista y de todos los «ismos» que están de moda.

En este último grupo de vanguardia, al menos en mi asignatura, está desde el comienzo G. Parloteo continuo, la capucha puesta todo el día, bromas constantes, gestos despectivos, dormirse en clase… Más una impertinencia, un descaro, una rebelde y elevadísima «autoestima» (aunque se me diga enseguida, con razón, que sufre lo contrario) que no se corresponde en absoluto con su rendimiento escolar. El primero a la hora de reivindicar y oponerse; de los últimos a la hora de cumplir. Como, por cierto, casi todo ese grupito de ahí atrás, a derecha e izquierda. Ahí atrás por decisión propia, a pesar de mis súplicas y esfuerzos por moverlos. Ahí atrás para estar más lejos del profesor/profesora y de esa «maldición» de estar en clase y aguantar unos pesados y muy poco divertidos contenidos.

En cuanto a G., yo mismo se lo explicaré con detalle a su madre, aunque prefiero que tú también estés presente. Pero él solo es un caso más, destacado, entre otros ocho o diez chicos y chicas (en cierto modo, la igualdad está aquí muy cumplida) que participan encantados en el barullo general. Un barullo «pesadísimo», dice una alumna encantadora del grupo, aunque a mi entender se queda corta.

Ya no me enfado, intentaré no enfadarme más. Cuando a veces he explotado es después de aguantar demasiado, un error que procuraré no repetir. Solo me queda aplicar la única lógica que entienden. Seguro que el carácter «polémico y participativo» de la Filosofía, sumado al equívoco aire «libertario» del profesor (que intentaré corregir), han estimulado este permanente desmadre. Pero ya venía «de serie», de antes. De hecho, de los cuatro alumnos incorporados al curso, dos de ellos se han sumado automáticamente al guirigay general, muy divertido y deconstructivo.

Han conseguido «desromantizarlo» todo, salvo el capricho y la diversión. Dicho sea de paso, y ya termino, esta mala educación, que proviene de una ausencia de límites de la que todos nosotros somos culpables (yo el primero), no les hace en el fondo demasiado felices. De hecho, algunos de ellos, demasiados, padecen síndromes que algo tendrán que ver con esta ausencia de límites. Hablo de un principio de realidad (con su correspondiente dosis de «traumas») del que, por razones misteriosas, ellos carecen. Se lo dije cien veces (pero no hay que decirlo, habría que hacerlo): cada uno de ellos debía haber encontrado su línea de resistencia y choque, un modo de salir de una irreal «zona de confort» que no genera más que confusiones y neurosis.

Es una media aritmética infalible del Ramiro y de todos los IES de clase media o alta de Madrid: decenas de chicos a la vez muy cuidados, incluso sobreprotegidos, y por eso mismo maltratados por los «mimos» y víctimas de cuadros psicológicos impropios de su edad. La ausencia de límites, el déficit de «frustración» y choques, dispara las neurosis y la infelicidad.

En fin, no te canso mas. Hablamos. Gracias y hasta pronto,

Ignacio

Madrid, 1 de marzo de 2019