Queridos,

Estaba agotado el otro día, pero lo pasé bien. Si me fui fue porque había quedado con B. y la cita era inaplazable.

El caso es que no dejé de pensar, por culpa del encantador R. Encantador de verdad, muy buen tipo, pero hasta su «puesta en escena» (tan barroco, tan desordenado, tantas referencias, tantos nombres)… pensé, un poco conmovido, que era la viva expresión personal de una huida de lo real, sea en versión freudiana, lacaniana o heideggeriana.

Un encanto. Pero, claro, para mí alguien dentro de la izquierda que toma distancias con Badiou… se acabó. Intelectualmente se acabó, aunque pague yo las cañas.

Y no era solo Badiou. Esa idea de que no hay un «resguardo ontológico», de que también el «en sí» hegeliano es un constructo. Por favor, baudelérame dieu, que diría Lacan. En fin, es no entender nada (lo digo con toda la ternura): no entender que el «resguardo» en Badiou, Lacan y otros, siempre ha sido encontrar el abrigo que solo puede brindar la intemperie. No entender eso, esa potencia política de la impolítica soledad común, significa empozar otra vez a la izquierda en el eterno lamento de un empoderamiento que no puede nada.

Nada más que entrar en la rotación rápida de un capitalismo que se traga todas las alternativas porque solo vive de lo que no tiene alternativa, el pánico ontológico a la negatividad real.

Habría que volver a ser radicalmente conservador en ese punto del Acontecimiento para poder aspirar a ser un poquito subversivo. Afrontar aquello que un Hegel (que R. no entiende: de «Žižek» ya ni hablo) sí afronta, si no queremos dejar al espíritu capitalista enseñorearse de toda la horizontalidad de la cobertura óntica.

En fin, me encantaría ver a R. para unas cañas. ¿Quedamos nosotros el lunes? Este era el motivo de este largo rodeo. Estaré el fin de semana en Galicia, pero vuelvo el domingo.

Un abrazo fuerte y hasta pronto,

Ignacio

Madrid, 14 de febrero de 2019