EL DECLIVE DE LO MANUAL

Es evidente que hoy cualquier empresa se encuentra con dificultades para encontrar personal competente en trabajos duros. Un joven puede ser camarero, no trabajador en un barco de pesca o cortador de madera en el monte, aunque sea al precio de 3000 euros al mes. Hoy nadie, y menos si es joven, quiere nada que suponga un gran esfuerzo físico, que además implica mancharse y con frecuencia entraña un riesgo corporal. Por la vía del laicismo, hemos llegado otra vez al cuerpo glorioso. Debemos vivir en un limbo donde nada elemental nos toque, ni los perfiles reales de una situación personal ni virus que pueda hacernos sufrir. ¿Qué es sino la cobertura tecnológica, la imagen y el empoderamiento de la visibilidad, más que una vacuna contra la vieja existencia, contra el peligro de habitar la gravedad terrenal? El automatismo en el lenguaje y la conducta nos libra del esfuerzo personal de estar presente, en cuerpo y alma.

A este temor a la presencia real hay que sumarle otro factor. Hace tiempo que la Unión Europea ha decretado la destrucción de los oficios a manos de los servicios de empresa. Esto pone en manos de grandes multinacionales la entrada en tromba en los nuevos mercados, por alejados que estén de la casa madre de los nuevos ejecutivos. También supone la destrucción de la responsabilidad personal en el trabajo a manos de la distancia impersonal de una empresa cuyos responsables nunca conoceremos en persona. Si la globalización ha establecido una distancia personal in situ y ha corroído cualquier cercanía, también el carácter, ya me dirán que queda de lo que se llamaba honestidad.

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Compromiso social y literatura

1. Sofía Lancho*: En todos los talleres y libros sobre literatura hay siempre un tema que se repite: la relación del texto con el autor y sus circunstancias. ¿Crees que se puede escribir un libro sin dejar que el mundo del autor se refleje en él?

Ignacio Castro Rey: No, no lo creo, pero “el mundo del autor” es una expresión extremadamente ambigua, de la misma manera que lo es la palabra “reflejo” o “biografía”. Se podría decir que existe la literatura, sencillamente, porque en una serie de cuestiones cruciales estamos solos, sin remedio y sin mundo. “Vivimos como soñamos, solos”, dijo una vez Conrad, y creo que sin tomar en serio algo de esta verdad, la literatura antigua y moderna se vuelven incomprensibles. O reducidas a una colección de tópicos eruditos, lo cual es todavía peor. Una cosa es que en Lispector, en Walser o en Sebald se reflejen estratos de un entorno. Algo muy distinto es que la literatura se limite a eso. Si hay un autor, hay un salto mortal por encima de la sociología de las “circunstancias”. Si hay literatura, es ella la que explica el “contexto”, y no lo contrario. La literatura existe debido a una ambigüedad radical en lo que llamamos mundo. Únicamente la inflación de la sociología en la modernidad, este desarrollo científico que difícilmente podemos separar de las tecnologías de doma del hombre, ha permitido desdibujar el escándalo de la ambivalencia real, este suelo sísmico del que brotan la novela y la poesía.

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Lienzo

Antonio Murado, Galería Vilaseco. A Coruña, hasta finales de enero

¿Una primera impresión de materiales de desecho? No exactamente, más bien resaltan en esta exposición la rotundidad de los materiales, bastidores, lienzos y mezclas espesas de color. Es como si en este trabajo de Murado se tratara de eliminar lo accesorio para dejar hablar a las manchas, la herrumbre, el lienzo viejo, las formas lentas de la madera. Es cierto que cuando Murado se extiende sobre un color puro y liso -teja, verde pastel- el resultado es espléndido, refulgente, pero eso no deja de hacerse en medio de un envoltorio irregular donde la impresión de cierta antigüedad predomina. Hasta la pátina del color tiene una densidad de heráldica medieval, por donde podría haber ecos de musgo.

El pintor reconoce que ha estado largo tiempo volviendo a estos cuadros para mirar detenidamente, retomar direcciones y recordar sensaciones. Toda su exposición recuerda la monumental mezcla de modernidad y ruina que vemos en las afueras de nuestras grandes ciudades, sean americanas o europeas. El tamaño de los lienzos facilita una buena relación con el óxido de vivencias anteriores.

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EN ESPERA

Lo que sigue es una breve presentación del libro En espera escrita para un pequeño pueblo gallego donde no son habituales las discusiones en torno a libros de filosofía.

EN ESPERA

Se ha dicho que buena parte de las amenazas exteriores que vivimos a diario, sean o no reales, tienen una saludable función de blanqueo mental y anímico. Después de un telediario y su línea de desastres, la vida de cualquiera parece más normal, más justificada en su prudencia, en su discreto retiro.

Estamos acostumbrados a no dar un paso sin pedirle permiso a la sociedad o al estado. Nuestra normalidad actual incluye una interdependencia que no dejó de ganar puntos en estos últimos años de pandemia. Todo son etiquetas para sentirnos seguros. Vivimos rodeados de protocolos informativos que nos guían, poniendo en manos de los expertos las anomalías imprevistas. Sin embargo, en cada asunto importante nadie puede ocupar el lugar de nuestras decisiones personales, a veces muy solitarias. La vida común no tiene protocolos que la cubran. No hay una norma para ser padre o hijo; ni para llevar bien tal o cual carácter, que nunca fue elegido; ni para querer o ser querido; ni para ser feliz o infeliz.

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Comentario a un comentario

Querido A.,

En realidad no, no escribo para un público determinado. Menos todavía pretendo sentirme bien con él, mimando a una cierta clase de lectores. Es cierto que no puedo evitar -tal vez nadie puede hacerlo- un cierto estilo y sus tics. En mi caso, un estilo sin duda demasiado filosófico, plagado de una cierta jerga que puede dificultar la expresión, haciéndola aparentemente especializada. Pero tras lo que hago, creo que lo sabes, subyace un pensamiento intuitivo, una especie de empirismo en estado bruto que no quiere ni puede prescindir de un cierto fondo de ingenuidad.

Te recomendaría, en cuanto a Sexo y silencio, entender el texto literalmente, en toda su ambigüedad atemporal, "evangélica". El libro entero está teñido de un trasfondo humanista, y hasta cristiano, sin el que no se entiende su aparente complejidad ocasional, concentrada aquí o allá. Es cierto que es espeso, pero debía ser la espesura misma de vivir. No he querido poner una sola gota de dificultad añadida en la maleza de lo que ya cuesta vivir. Te reenvío abajo una entrevista que está en mi web, que creo que explica en tono ligero algunas cosas. El aire "apocalíptico" del libro querría entenderlo más en el sentido de revelación, minería de lo que está oculto en la inmensa doxa de la época, que de hecatombe o catástrofe. Fuera de existir, no contemplo ninguna otra catástrofe. Más bien intento defender el afrodisíaco de cierta inocencia, una dulzura natal de los seres.

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