Querido L.,

Tiempo al tiempo. Un cielo también para sus pedazos, que son los tuyos. Hasta la tormenta más abstracta del afuera puede amainarse en otro tiempo. Un tiempo que asuma dentro de sí cualquier caída del tiempo. Esto significa, supongo, apurar el dolor y el mal hasta que de ahí surja un bien. Un bien que sólo consista en el mal apurado, empuñado. Lejos de nuestra tradición maniquea de oposiciones, creo que algunos (que hemos ido demasiado lejos y hemos doblado un cierto Cabo) no tenemos más salvación que la de darle una forma a la perdición, a lo irremediable de nuestra condición.

Como comprenderás, no hablo «de oídas». Quemar las naves y volver a empezar desde las cenizas. Escribir es eso, amar es eso, vivir es eso. Sacar un cielo del infierno. Y si no un cielo, sí al menos un limbo respirable. Esto significa recomponer con las esquirlas de nuestro estallido (recuerda cuántas veces hemos estallado ya), trozo a trozo, otro mapa, otro paisaje habitable. Sin que nada se pierda, ninguno de los trozos en los que la fuerza centrífuga de la pasión nos ha reventado.

Estás mal, dices, y yo te creo. Pero no olvides que algunos de los que te rodean saben también de ese mal. No dejes, por favor, que una tradición «maldita» te impida perseverar en ese mal para sacar de ahí el bien que le pertenece. No hay diablo que no tenga un dios por testigo, por rival y hermano gemelo. «Vencer lo diabólico con una alianza con el príncipe de todos los demonios», dice en cierto momento Kierkegaard. Como sabes, de mujeres y soledad él entendía un rato.

Creo que Lispector es una guía. Y también otros, a veces incluso alemanes. Es posible que encuentres en las Cartas a un joven poeta, de Rilke, el consuelo, desde el eje mismo del mal, que yo difícilmente puedo proporcionarte.

Date un tiempo, márcate con cierta humildad de niño unos plazos de cura. Y una cura que saque su ungüento de lo más íntimo de la enfermedad. En el fondo no hay más píldora que la del propio dolor invertido. Esa infancia que no nos deja, esa inocencia del mal. En cierto modo, recordaba en otro momento Rilke, el diablo es el ser más necesitado de nuestras preces.

Un fuerte abrazo, amigo,

Ignacio

Madrid, 31 de octubre de 2015