Queridiños,

«Darwin city», el artículo de Javier Sampedro en El País de ayer es una buena muestra de mis peores ideas paranoico-criticas acerca de cómo la cultura actual del espectáculo ha integrado a este hombre de ciencia, tan importante que lo ha cambiado todo para que todo siga igual. Por favor, repasad el artículo de Sampedro con calma, pues la Opinión de El País nunca deja de tener un cierto valor sintomático. Fijaros.

I Faltaba más, nada más comenzar, la religión era una cosa y la ciencia ahora es otra. La humanidad era estúpida hasta anteayer, pero ahora ya no. Así os  misterios se van aclarando. Para algo está la racionalidad de la ciencia entre nosotros. Un primer toque racista no viene mal: la Evolución nos permite entender por qué no somos tan imbéciles como antaño. Luego Darwin no solo explica la evolución de todas las cosas, sino también los saltos epistémicos que nos permiten distanciarnos de las supersticiones del pasado. Milagro de los milagros: a través de la Evolución, el Big Bang de la creación ex nihilo que ha conducido a nuestro esplendor urbano actual. Hasta las ratas, como en Ratatouille, evolucionan para adaptarse a un orden social sin precedentes. Si Sampedro sabe de ciencia, y me temo que sí, de demuestra a la vez que la ciencia no es nada sin ideología.

II ¿Una primera toma de distancias con el «sesgo religioso» de unas narraciones bíblicas que nos sobresaltaban con desastres para explicar nuestro origen? Ahora la ciencia, por contra, nos entretiene con «modestos procesos físicos». Es para morirse de risa. Ninguna narración que se remonte a los orígenes puede evitar recurrir al mito. Así, aparte de la publicidad que sazona el artículo (la bella Alaska, Spiderman, Ing: People in progress…) todo el texto de Sampedro está trufado de publicidad, efectos especiales y guiños a la mitología del gran público. Recursos todos ellos que son, de hecho, un sucedáneo de lo religioso. Como Tarantino lo es de los bufones de ayer: de Mi Lucha (Mein Kampf) a Mi Placer (Mein Lust).

III Supongo que adoramos la ciencia que tiene la sobriedad de la acción lenta del «viento sobre las piedras calizas» (Sampedro). Pero no es el caso, tal especie no existe: tal vez no se habrá adaptado lo suficiente. En realidad, todo el artículo rezuma creencia actualizada, adaptada a las modas. Es como un anuncio, o un corto de efectos especiales, hasta en el lenguaje: «Lee mis labios: es la ciudad estúpido», dice Sampedro para acercarnos al diferencial del cambio evolutivo actual.

IV Ratas en Nueva York, no en Betanzos; rudos jabalíes, supongo que tampoco de montañas rusas, que bajan a comer basura; trébol canadiense que pierde el cianuro de las hojas por la ausencia de herbívoros peligrosos; lagartos de Puerto Rico que desarrollan patas más largas para evitar el asfalto ardiente; hormigas de Cleveland que se adaptan (como nosotros, que ya no tenemos vergüenza) al bochorno del cambio climático. Etcétera, etcétera. Hasta en los ejemplos geográficos (ninguno cubano, serbio o gallego) Sampedro es deudor del Imperio, del espectáculo mundial dominado por la misma estirpe Wasp que nos mantiene pegados al sillón doméstico. Todo debe evolucionar salvo la elite, pegada a la poltrona de su manual de resistencia. Eso sí, al silicio.

V Por la mañana, dura y fría economía. Por la tarde, un poco de Darwin pone el calor pornográfico necesario para engrasar. De una alienación a otra, el opio del pueblo necesita imágenes míticas y emblemas empoderados. Antes los sacerdotes, a veces muy distintos; ahora los periodistas, un poco más uniformados, pero manejando poderosos medios sin los que la ciencia normal (Kuhn) de esta época no sería nada. Pobre Darwin, vale para todo. Lo mismo en una serie televisiva que en un buen artículo de entretenimiento.

VI Darwin city: los genes se adaptan al neón. A diferencia de una Antigüedad perdida en las tinieblas, por fin todo tiene sentido, una teleología que azarosamente (como por casualidad) confluye para darle la razón al estruendo de nuestro presente. Hasta la hedionda basura urbana, como por arte de magia, sigue caminando hacia adelante. Como nosotros, prietas las filas: «Dale a una especie una razón para evolucionar y lo hará o perecerá». ¿Se podría decir mejor? Comparado con las ratas que cambian para adaptarse, la Iglesia católica, Maduro y Putin se han quedado atrás.

VII ¿Qué diría Darwin? Nosotros en el sillón-ball. El resto de las criaturas evolucionan siguiéndonos, para entretenernos. Evoluciona, que algo queda para el antropomorfismo. Ahora resulta que ese concepto tan sutil de la evolución que encuentras en Wikipedia, la deriva genética (efecto Sewal Wright: otra vez Pontevedra excluida), explica que cambios no adaptativos triunfen por mero azar. Total, que en cualquier grupo aislado (¿no lo es el grupo Prisa, igual que la familia real británica?) puede tener éxito, no la mutación más adecuada, sino por mera chiripa. ¿Se explica así que Lady Ga Ga esté arriba y no R. Wyatt? ¿Sampedro y no Vilaboa? ¿Trump y no la divina Alexandria Ocasio-Cortez?

VIII Hay reglas, pero también excepciones raras y azarosas que las confirman. San Darwin, que Dios nos coja confesados si no caemos del lado de una buena variación adaptativa o de una milagrosa excepción. Pero bueno, siempre nos quedarán los expertos y sus portavoces, con una explicación científica a mano. Al final, como diría el psicoanálisis, el consuelo siempre triunfa.

No quiero estresaros más. V. y R., no me odiéis. Solo he querido entreteneros con un programa genético alternativo. Abrazos,

Ignacio

Madrid, viernes 1 de marzo de 2019