Queridos O. y N.

 

I Vivimos a expensas de un complot implícito contra lo real, bajo una cobertura social y tecnológica que nos librar de rozar una vieja vida mortal para la que ya no tenemos cintura. Todo nuestro estruendo juvenil debe ocultar esta debilidad senil, que nos separa y nos enfrenta a las poderosas culturas exteriores. Aunque injuriadas continuamente, ellas son emergentes debido a nuestra íntima decadencia. México, Rusia, India, China: Solo las armas, de la economía a la amenaza militar, mantienen a raya a los que consideramos bárbaros.

II Intramuros nos pudrimos a fuego lento. Si nuestro entero teatro político es aburridísimo, enfangado en un aplazamiento perpetuo que nunca acaba en nada, nada más que una alternancia que acaba santificando la velocidad de un nivel de vida que nos separa de vivir e ignora ignominiosamente a los pueblos, es porque ya la única ideología del sistema es lograr no habitar, que la tierra no llegue a nuestras cabezas. No es tan extraño que esos pueblos profundos que ignoramos, en Europa y en América, acaben votando fuera de nuestro clasismo ilustrado.

III Jamás se ha dado una humanidad que odie tanto la tierra. El signo de esta penosa mutación antropológica en el Primer Mundo no es tanto que los jabalíes bajen de la montaña a buscar basura en las afueras urbanas como que suba la visibilidad de nuestras mascotas, dignos representantes de la catatonia interactiva que nos invade. El ecologismo, más o menos juvenil, le ha puesto una nota de color a esta huida de la elite urbana ante cualquier naturaleza, a la fuerza salvaje. Empezando por la que habita en nuestro cuerpo, en sus sentimientos y afectos. Estamos rodeados de consensuadas luchas ficticias que deben ocultar que hemos sepultado la lucha, cualquier relación con la negatividad, la contradicción o el peligro. Tendemos a un ideal de seguridad (el más peligroso del mundo) que consiste en no dar ya la vida por nada, ni siquiera por la propia existencia. De ahí el aire divertido, provocativo y turístico en el que terminan nuestras iniciativas civiles, también las más alternativas.

IV Sobre el oscurantismo de esta miedosa psicología urbana, el continuum de una forma cambiante tapa el vacío del contenido. No hay por qué ocultar que el arte es en cierto modo la vanguardia de este esencialismo social que nos debe librar de cualquier ley de la gravedad, una soledad común que dejamos para los esclavos inmigrantes y los pueblos «atrasados». No soportamos la existencia, de ahí su estetización contante y obligada. La imagen, el perfil con el que estamos casados, nos salva de lo inmundo del mundo. Darle una alta definición a lo cotidiano es una manera de tapar el desierto en el que vivimos, un vacío que ni siquiera se atreve a ser feo.

Publicidad, marca de ropa, tatuajes, diseño, peluquería, maquillaje, urbanismo y cirugía estética nos protegen de la espantosa uniformidad que, con nuestra obsesión por la salud y la seguridad, hemos generado bajo nuestros pies. Cuando la estetización de lo cotidiano triunfa, la policía ya no es necesaria, pues la vida de cada uno de nosotros obedece a la diversidad de las modas y a sus emociones inducidas. El menú de lo alternativo seda la frustración de ya no poder apostar a fondo por nada. La libertad de expresión, con frecuencia obscena, oculta una libertad de acción nula. Somos esclavos a tiempo completo de una economía que es «macro» porque ha penetrado el automatismo de las almas. De ahí el papel preponderante de la publicidad, la vigilancia sin vigilantes de la socialización, con el consiguiente terrorismo sonriente de las modas, las identidades reconocidas y las minorías subvencionadas. También el Studium (Barthes) de la información es una estética, bastante policial. La información es formación, a golpe de imagen: el reguero de feminicidios que construye la imagen racista de México; la hilera de víctimas balcánicas que sataniza a los serbios; la repetición de imágenes aterradoras de la Venezuela de Maduro; las imágenes siempre sesgadas de Rusia… En Occidente, la imagen reiterada que encierra a la mujer en una disciplina estética enfermiza: delgadez, medidas, peso, canon de belleza… La información, cargada de imágenes subtituladas, es una estética elitista del mundo.

VI A veces parece que hemos vendido vuestra alma al nuevo dios del postureo, sin guardarnos nada dentro, ninguna capacidad para el secreto. Casi todo en vosotros funciona en red. De ahí la moda del poliamor y la posverdad. Es posible que el viejo Dios, que al fin y al cabo atendía a la sombra de cada quién, fuera menos cruel que éste de la diversión obligada. Además, recuerda Nietzsche, cinco no se ríen sin que un sexto pierda un ojo. No solo Dios, también la Sociedad escribe recto con renglones torcidos. El triunfo universal del entretenimiento, casi siempre en inglés, no deja de expresar la osadía de un asalto a la singularidad terrenal que carece de precedentes, incluso teniendo en mente la tentativa nazi. Ésta tuvo un carácter militar, agresivo y concentracionario. El globalismo ha adoptado las máscara de una alternativa fluidez que se confunde con la dispersión cotidiana, con una veloz multiplicidad que nos deja sin distancia y sin armas. De ahí que nuestra enfermedades tiendan a hacerse crónicas. ¿Quién se puede enfrentar a la sonrisa de unas facilidades que se pegan a tu piel y quieren que te realices? Sería necesario una jovialidad ascética (Illich) para la que nos falta valor, pues nos dejaría un poco solos.

VII Pero la histeria de la inclusión social, la seguridad y la vida sana, también nos está dejando solos. No es tanto el maltrato lo que amenaza a la humanidad del Primer Mundo, sino la ausencia de trato. Crecemos de espaldas a la experiencia y, cuando uno se da cuenta, han pasado años. Lo peor es que nuestro rastro ha sido tan tenue que nos cuesta desandar el camino. ¿Hacia dónde volver, si nos hemos empeñado en no dejar huellas de ningún trauma en el paso por la vida?

VIII El consumo, ante todo, ha de consumirnos, consumir el propio habitar. La gentrificación de nuestros lugares de encuentro, donde no deben notarse la humanidad ni la tierra, indica el espíritu del capitalismo. Público progresista (profesionales, académicos, periodistas) y alto nivel de consumo. Todo ello complementado con una retórica de la solidaridad a distancia, la corrección en el lenguaje y los gestos inclusivos. El capitalismo ha llegado así a su perfección minimalista: el único ideal es que la tierra no llegue a nuestras cabezas, que el habitar esta vida mortal no sea pensable. El progresismo hegemónico compensa el odio a lo popular, propio de los nuevos ricos que somos, con una retórica intachable. De un lado, gestos sin contenido real; del otro, vida muda sin gestos. Todos pertenecemos así a la nube, envueltos por una promesa de mañana que permite liquidar el lugar donde tenemos los pies y obviar la catástrofe que está en marcha en nosotros. Necesitaríamos la sobriedad de otro invierno, recuperar una clandestinidad donde se rejuvenezca el deseo.

IX No es necesario leer sofisticados textos para sospechar que el inmenso dispositivo acéfalo del poder se sostiene en un enfriamiento local sin precedentes, en un adelgazamiento ficticio de lo real. Naturalmente, esta depresión crónica de la subjetividad es compatible con un aumento estadístico del narcisismo. Estamos rodeados de estrellas que, bajo las capas de maquillaje, padecen una vida muy triste. Las risas envasadas y la agresividad digital ocultan un silencio profundo. Hoy las emociones simulan estar a flor de piel, mejor dicho, a flor de postura, incentivadas por esta «sinceridad» a toda marcha que ha puesto de moda nuestro narcisismo global: ¡Abajo la antigua hipocresía! Pero este espectáculo emocional inducido disfraza al prójimo, no menos que la antigua hipocresía religiosa. Se grita en el parque de atracciones y en nuestro flash mob perpetuo porque antes nos hemos prohibido emocionarnos con nada ordinario.

X Levantar una barricada no es mucho si no se sabe cómo vivir detrás de ella. Para aprender a vivir, se trataría más bien de alinearse humanamente con los huracanes. No promoviendo el pánico, al modo de la izquierda virtual; tampoco difundiendo el cinismo, a la manera de cierto conservadurismo alternativo. Habitar plenamente, estableciendo otra relación de amistad con la sombra de cosas y personas, es un gesto subversivo que permite cancelar la histeria de la cobertura. Habitar es conectar con el afuera, cultivar la hermandad oscura de sus criaturas. Cambia el mundo sin tomar el poder, pero constituye una potencia que resiste esta voluntad imperial de transparencia. Para ello solo debemos volver a llevar la tribu con nosotros. Lo moral comienza por reventar nuestra iglesia ilustrada, abriéndonos al atraso futurista de las culturas exteriores que despreciamos.

Madrid, 18 de marzo de 2019