Preguntas de Juan Iturraspe para Metaxis:
- Dada tu publicación crítica en el periódico Voz Pópuli en referencia al último libro de Paul B. Preciado, hay un fragmento en el que critica el escrito de Tiqqun de La Jovencita, he aquí dicho fragmento: «Hace tan solo un par de décadas, los gurús de la izquierda radical de Tiqqun pronosticaron que «la jovencita» iba a ser la figura central de la domesticación consumista del capitalismo neoliberal: al mismo tiempo la ciudadana modelo y el cuerpo que mejor encarnaba la nueva fisionomía del capitalismo neoliberal. Tiqqun incluía entre «las chavalas» (sin pensar caer por ello, ¿cómo iba a ser eso posible?, en formas de homofobia y racismo) al marica consumista y al chico racializado y proletario de los suburbios. Imaginaban a «la joven» como el producto de una correlación entre alto índice de opresión y máxima forma de sumisión complaciente que producía inevitablemente una mínima conciencia política. Nuestros amigos de Tiqqun no vieron venir que serían ellas, elles, las chicas, los maricas, los y las trans y las chavalas racializadas de la periferia, las que habrían de liderar la próxima revolución». ¿Consideras que el alcance del concepto La Jovencita, al chocar con la teoría de Preciado, no hace más que reproducir y ampliar la frecuencia del dispositivo? ¿Fue este fragmento el que te llevó a escribir la reseña crítica?
Pretendidamente mutante, con amplias inyecciones de hormonas narcisistas, Preciado no entendió nada de aquel soberbio análisis de Tiqqun sobre el carácter transgénico y sexy del actual poder, esta infamia inmanente y personalizada. La Jovencita era una descarnada incursión en un dispositivo expandido que puede abarcar identidades anómalas, orgullos de género y formas queer de supuesta contestación. Paul B. Preciado no pudo captar nada porque Ella, tan Jovencita, es parte de una inteligencia alternativa del sistema que lo sitúa como agente activo del trans-capitalismo, no como su víctima atormentada. No fue solo ese ridículo fragmento que citas lo que me llevó a escribir contra Dysphoria mundi. El libro entero de Preciado es una perfecta bobada sectaria, la forma más extrema de ignorancia filosófica y política que se ha visto, desde hace tiempo, dentro de nuestro autismo minoritario y mayoritario. Según este señore no solo Tiqqun, de quien nada entiende, sino buena parte de la crítica anterior -incluidos Deleuze y Heidegger, Fanon y Foucault- padece el estigma heteropatriarcal, así como la larga lista de supuestas lacras normativas con las que la teoría queer se desprende de una heterogeneidad crítica que jamás entendió. Todo aquello de lo que Preciado se desmarca tiene la inmensa dificultad de no ser histéricamente binario, ni estar centrado en la mitología académica del género. Tanto Tiqqun como Heidegger, del mismo modo que Deleuze, jamás han cristalizado un altanero nosotros frente a un ellos que habría caído del lado de una paternidad maligna. Lo más patético de todo no es que este «monstruo» de diseño no comprenda nada de algunos nombres propios, sino que tampoco lo haga de una mayoría popular que se limita a injuriar. Los pueblos son despreciados por la secta trans porque no entran en el filtro mutante con el que esta revolución de laboratorio quiere prolongar el capitalismo alternativo, que ahora debe penetrar -con la ayuda de la medicina puntera- en el tejido corporal. El odio a lo natal, en aras de un cuerpo construido de parte a parte, es intrínsecamente capitalista, representa su expansión woke, orgullosamente cerebral.
- Estos días por redes hemos visto las dos caras de la misma moneda que es la vida universitaria. Por un lado, hemos visto cómo el BAU, Centro Universitario de Artes y Diseño de Barcelona, ofrecía un Máster en Pensamiento Crítico por 8.730€, práctica ésta de ofertar masters de alto coste más que recurrente. La discusión apareció cuando leímos que la coordinadora es Clara Serra, ex-diputada de la asamblea de Madrid con Podemos. Por la otra, tenemos el testimonio de Carmen M. Peinado que, a pesar de tener altas calificaciones, titulaciones, publicaciones en revistas indexadas no consigue becas, ni ayudas para la investigación, etc.. Es básicamente lo que se ha catalogado como «becariado». ¿Qué piensas del ámbito académico y sus actuales horizontes neoliberales? ¿Crees que la devolución social de las universidades se ha visto absorbida por el giro en vacío y endogámico al que se destinan las carreras universitarias y sus estándares de currículo?
Lo más aberrante que ocurra en la universidad, también entre esta última casta de neopijos de género, resulta creíble. Es coherente que esos estudios radicales y alternativos se ofrezcan a un coste prohibitivo para la mayoría de estudiantes, puesto que el sectarismo ideológico del pensamiento decolonial y los estudios queer es una extensión de la estupidez académica estadounidense, de una ambición neocolonial para conquistar lo poco que queda de cultura en Occidente. A la degeneración congénita de la Universidad moderna, fábrica intelectual del supremacismo dirigente, se le ha unido desde hace décadas el moralismo imbécil del poder alternativo, el radicalismo étnico de unos studies subalternos que deben aportar sangre fresca a un capitalismo en crisis. Lo cual incluye, sumado a la paperización, anular todo lo que de arrojo creador todavía pudiese quedar en la juventud. Hay que convertir a los jóvenes en la vanguardia del cerebro adolescente en un sistema cada día más orbital, que circula sin cesar en la geometría inocua de la diversidad. Colonizar el cuerpo y la mente joven es la tarea que el capitalismo ha encomendado a la universidad, tarea que cumplirá con la sordera propia de un nuevo sacerdocio. Por eso podemos asistir en ella a la máxima expresión de una paradoja que se ha vuelto normal: que lo más alternativo, alejado de las tradiciones y la religiosidad de los pueblos, se convierta en la vanguardia de la mutación antropológica en curso. Hace tiempo que la burguesía que nos quiere gobernar, «cambiando la vida de la gente», debe aspirar a algo más que a ser ilustrada. Debe ser también furiosamente deconstructiva, liquidando las tradiciones y unos últimos tabúes que en los pueblos eran intocables. Hay cierta clase de aberraciones capitalistas que solo la izquierda progresista puede dirigir. Por eso buena parte del clasismo de nuevo cuño procede de una gentrificación académica. Algunos todavía suspiramos con aquella simpática frase del olvidado Baudrillard: «Todo lo malo que le pase a esta cultura me parece bien».
- Acerca del escrito del Comité Invisible en el que toman distancia con la reciente publicación anónima del Manifiesto conspiracionista, cuya autoría vinculan al grupo, queríamos preguntarte por la necesidad de una «crítica» así. ¿Consideras que este gesto por parte del CI busca diferenciarse de cualquier atribución con tal de conservar su núcleo beligerante, o como dicen, operativo?
Es de suponer que el CI busca tomar distancias con cualquier atribución de autoría para conservar libres las manos en una resistencia larvaria, en la conspiración polimorfa de una anónima y popular «anarquía coronada» (Artaud). El Manifiesto es un texto precioso e impagable. Lo es incluso por el caudal de «información» que regala desde el subsuelo de nuestra normalidad, incluso aunque no se comparta en absoluto el horizonte insurreccional desde el que habla. El documento analiza al detalle, con una crueldad y un humor deliciosos, la brutalidad analógica que hoy nos rodea, aunque travestida de brillos digitales. El Manifiesto es el acta notarial de la ideología supremacista que está detrás de esta suave atmósfera tecnológica, de la digitalización forzosa de las poblaciones y la amenaza de convertirnos a todos en zombis interactivos. La simple existencia del libro me parece incluso una excelente noticia para los humanistas que ansían el retorno de otra espiritualidad, y que se conformarían -hoy esto ya no es poco- con un capitalismo con rostro humano. Entiendo que, por parte del CI, su salida a escena es para insistir en el carácter anónimo y coral de ese texto, quitándose de paso nuevas amenazas policiales de la Europa ariodigital.
- Acercándonos a la figura de Giorgio Agamben, polémica estos últimos años por sus advertencias sobre los estados de excepción en la alarma sanitaria del Covid-19, hemos rescatado hace poco un breve texto suyo, «¿Qué es un dispositivo?», en el que recoge y amplifica un concepto transversal en la obra de Michel Foucault. Puesto que nos hallamos en un estado avanzado de la era cibernética, ¿consideras que es posible, a pesar de los tiempos que corren, dotarnos de nuevos dispositivos o contra-dispositivos que permitan permutar nuestro deseo hacia un plano, como diría Mark Fisher, poscapitalista? ¿O más bien, debido a la precisión con la que se dota a la ciudadanía de dispositivos biopolíticos, el término de revolución pierde su sentido?
Me inclinaría por esto último. No veo ya ningún sentido que no sea paródico, por no decir dantesco, en cualquier idea de «revolución». Esta palabra es clave en todos los anuncios, de OpenAI a Gucci, que hoy intentan aumentar la rendición ante el terrorismo de la moda. También ante el estrés de este desgarramiento gradual que se encarna en todas las conminaciones a digitalizar hasta lo más íntimo. Pienso que todo lo que sea un dispositivo, o un contra-dispositivo, lleva directamente a aumentar la intensidad del limbo normativo, un permanente estado de excepción que tiende a desactivar la profundidad teológica de nuestras vidas. La única posibilidad de volver a respirar al margen del crematorio socio-político estriba en evitar la «trampa de la simetría» con respecto al poder biopolítico actual. Sonará un poco melancólico, incluso reaccionario, pero creo que únicamente regresando a un plano de inocencia mortal -donde Agamben, Badiou, Julien Coupat y Marcelo Barros han hablado sin miedo- será posible tomar distancias frente a un orden político que ya solo se sostiene en el pánico al exterior. Algunos pensadores con nombre propio, pero sobre todo los poetas, ya lo han dicho todo al respecto. Solo hace falta que lo pongamos de algún modo en práctica. Solo un dios puede salvarnos todavía, se dijo. ¿Cuál es ese dios? El del apocalipsis. Pienso en un trauma radical y en la nueva inocencia que puede surgir al otro lado, en un «estar desamparados» vuelto (Heidegger) hacia lo abierto. Me da un poco de vergüenza acabar siendo tan «teológico», pero creo que solo nos queda intentar la línea de brujería de una idiocia trascendental.
- Por último, queríamos preguntarte sobre la guerra y la reciente noticia que lanzó el periodista Seymour Hersh que, aun proviniendo de fuentes anónimas, culpa a Estados Unidos por la explosión de gasoducto ruso-alemán Nord Stream. En caso de que ello fuese cierto, como muchos ya habían señalado en su día, ¿qué consecuencias podría tener esto para el desarrollo de la guerra?
No hacía falta que lo dijera este prestigioso periodista, al cual probablemente no se le va a hacer mucho caso. Era más que obvio que el primer Estado delincuente del mundo, el mismo que ha hecho todo lo posible para provocar esta guerra europea y para prolongarla, es el causante del estallido de Nord Stream. Este desgraciado conflicto, que usa a los ucranianos como cobayas, nunca debió producirse. Pero para ello habría hecho falta que Europa tuviera alguna autonomía moral y política con respecto a la paranoia estratégica estadounidense, a los intereses depredadores que la acompañan. La guerra en curso solo va a empezar a atenuarse cuando Francia y Alemania comprueben que, militarmente, no tenemos nada que hacer ante la nación de Chéjov, la misma que derrotó a Napoleón y a Hitler. Los rusos, que para nosotros son la encarnación del mal, entienden que están defendiendo su territorio y su simple supervivencia, completamente al margen del suicidio a plazos que ven en este Occidente dirigido por los Estados Unidos. Desgraciadamente, es así de sencillo, aunque nos va a costar entenderlo. Llevamos demasiado tiempo abusando de naciones inermes como Libia, Irak, Siria o Serbia, para que ahora aceptemos al fin un mundo multipolar, donde poderes muy distintos -posiblemente igual de perversos- pugnan por maltratarnos. Mientras tanto, también la ONU va a seguir la poderosa corriente del supremacismo estadounidense, con su sordera ante la evidencia de que ya no son los amos del mundo. Tengo la vaga impresión, dicho sea de paso, de que los benditos pensadores que han tejido el Manifiesto conspiracionista mantienen en este punto una perspectiva muy distinta a la mía. No importa, ante una amenaza insólita como la actual, las alianzas han de darse entre fuerzas que ni siquiera tienen por qué comprenderse.