Excelente escenario de nuestra desolación sideral. Inuit, exterminio, reagrupamiento, suicidio lento en el piélago tecnológico de nuestras urbes. Un desierto solipsista en lo personal y ultra-comunicado en lo tecnológico…

Vagar en tierra de ancestros, sin sus huellas y sus voces, sin apenas un hilo de cobertura que nos dé amparo desde ellos.

Los hombres estamos separados porque ya no tenemos algo otro que nos vincule, que no sea elegido por nosotros. Ninguna huella de origen paterno o materno, ninguna huella de antepasado que nos recuerde que no hay otra tarea que habitar lo inhóspito.

Y el ojo de la cámara, supongo, enfocándolo todo desde esa soledad de un cadáver anónimo, sin tierra.

Varados en un limbo helado. Somos metáfora de ese extranjero sin causa y sin origen, al que ya le cuesta reconocerse en cualquier escenario y que nunca puede estar seguro de entender lo que le rodea. También nosotros, primero arrancados sin piedad de todo arraigo, somos objeto de políticas de reagrupamiento que nos personifica en masa y nos arrojan a un tedio más infinito que el de un páramo helado, que al menos tenía toda clase de huellas.

Los inuit como signo del extranjero que somos en todas partes. Donde quiera que vayamos, transportamos el desierto del cual somos el único ermitaño. El sueño de un calentamiento global (según el cual la tierra se entera de nuestra importancia, de que el hombre y su sociedad existen) se congela en el enfriamiento local que nos convierte en zombis de ojos vítreos, extraños incluso para el médico que nos analiza en vivo.

Sólo dos pequeños peligros, a juzgar por esta breve sinopsis. Un exceso de calificativos, una redundancia adjetival que pueda esconder un poco el minimalismo de la sustancia, esta épica infraleve que se intenta narrar.

Y lo más importante, tal vez. Habría que poner un poco de esperanza en este continente helado. Pero surgiendo de la propia inhospitalidad. Nada de sensiblerías, pero sí un poco de calor vertical (sonrisas, rostros, algún que otro corazón que todavía late) en este silencioso terror inmanente al que estamos condenados.

Por lo demás, ya digo, suena muy bien esa idea de volver a dibujar una palmera en el borde de una mente que se asfixia en su ilimitada libertad.

Abrazos y perdona la tardanza,

Ignacio

Madrid, 16 de marzo de 2018