Carta al sur
Queridos L. y D.,
He leído casi toda la larguísima carta que le enviasteis a A. Sólo me falta un poquito del final. ¿Qué contestó ella a un documento así, tan minucioso, tan exigente, tan complejo? ¿Ella es tan lista como para seguirlo? Aunque estamos de acuerdo en que la carta vale por sí misma, al margen de la respuesta y del destinatario. Hay flechas, las que sorprenden al arquero que dispara, que son ellas mismas la diana.
Me hace mucha gracia vuestra ortodoxia tiqquniana, de la que hace tiempo que estoy muy lejos. Lejos, porque me separa de una militancia sin horizonte insurreccional alguno; sin ideología, sin política, sin partido. Militar en el desierto impolítico de la existencia: ¿es posible? Para mí el Partido Imaginario es lograr simplemente vivir sin doctrina, alcanzar una forma de vida a la vez antigua y vanguardista, aunque sea a ráfagas.
No quiero ni puedo dejar atrás nada, separarme de nada "viejo y caduco". Ni emprender acciones que no puedan ser comprendidas por cualquiera, completamente al margen de su ideología. Tampoco tomar ni un solo milímetro de distancia con el "canalla Heidegger", a quien adoro incluso cuando odio. Etcétera.
Estrategias fetales
Intentamos analizar un genérico de distribución masiva, idolatrado por todas partes. Se trata de una media algebraica juvenil que no existe exactamente en ningún cuerpo ni en ningún estadio determinado. Desde luego, no en el hombre de carne y hueso que, joven o no, siempre permanece abierto a potencias de las que poco sabe. Acaso esta juventud es solo un peligro tendencial en todos nosotros, conviviendo a la vez con tendencias contrapuestas. Sería entonces, solamente, un peligro que exageramos para intentar definirlo.
Cada edad, no hace falta decirlo, tiene su tontería, unas taras que se curan o se pudren con el tiempo. La infancia, junto a su percepción anómala y una inocencia que habría que proteger, se arma de un despotismo del que más vale defenderse. La juventud, junto a sus sueños comunitarios y su generosa rabia contra la hipocresía mundo, siempre ha padecido un sectarismo injusto, cierta apresurada soberbia. Asociada al peso de su experiencia, pero también al de la sociedad civil y el Estado, la madurez camina -aunque en Elogio del amor Godard sea más optimista- cerca de una creciente reserva, una prudencia a veces miserable. Por su parte la vejez, junto a su generosidad afable y curiosa, a una ocasional probidad y un humor desenvueltos, mantendría el natural egoísmo de la despedida, la amargura de los que decaen. Entre todas las edades del hombre, tal vez la ancianidad es la que no tiene ninguna tara, aparte del pecado mortal de una memoria que nos recuerda el ser lento que somos. ¿Es por esta razón por la que hoy los abandonamos?
Taller y conversaciones sobre Lispector
Taller y conversaciones ’La ecología del alma’
Ciclo Clarice Lispector en La Casa Encendida.
Viernes 25 de junio. 2021
Algunos errores de izquierda que ayudaron a Ayuso
Conmueve la perplejidad progresista ante los abrumadores resultados madrileños, pero este asombro depresivo proviene en parte de un narcisismo cuyas gafas ahumadas impiden ver lo que es obvio. No solo en Madrid, la gente está harta, muy cansada y queriendo volver a vivir. A pesar de la fácil repetición del tema del coronavirus en los medios, la población ha acabado sintiendo muchas otras pandemias: las restricciones a la vida y a la libertad de movimientos, el paro, el aburrimiento y la tristeza, la ruina económica... Los bares no son en España solo "pan y circo", que ya no es poco, sino también uno de los escenarios antropológicos donde se organiza la vida común, afectiva y económica. Si no hay terrazas, ni bares ni cafeterías, la gente tampoco toma un taxi, no va tan fácilmente de compras, no se divierte y discute de deporte y política, no hace negocios ni emprende tantas iniciativas. Tampoco, por supuesto, se desahoga después del trabajo, a la salida de un estrés laboral que esta bendita sociedad de mileuristas ha llevado hasta niveles de paroxismo.
Desactivar la cercanía
Es más que probable que el cine no naciese en principio para representar a la inculta tierra silente, a la vida en general, sino más bien a la vertiginosa acción moderna. ¿Es casual que uno de sus géneros clásicos sea el western? Glorificándola, el cine nace como un mecanismo para reforzar la endogamia creciente de la sociedad industrial, el antropocentrismo que le es implícito. Es el invento propio de un colectivo que cada vez más se mira y se interpreta a sí mismo, poniéndose enfrente la imagen especular que hace las veces de paisaje{1}. De ahí que acaso el cine sea, en conjunto, algo inevitablemente norteamericano, al fin y al cabo USA representa la versión más fluida (eso es el sueño del Nuevo Mundo) de la empresa occidental de despegue de la tierra. Al menos, recuerda Deleuze, el cine se hace norteamericano cuando toma como objeto el esquema sensomotor, esto es, la acción que establece la continuidad entre interior y exterior; así como el neorrealismo italiano nos presenta personajes que se hallan en situaciones que no pueden prolongarse en acciones{2}.
Film significa película, capa, velo (thin skin). Es difícil no relacionar esta palabra con el rocío caído de las luces modernas, bañando los objetos con una luz joven, libre tal vez de lentitud y dolor, del turbio vaho ahistórico que siempre ha alimentado la vasta presencia real. De cualquier modo, el cine fascina con la imagen antropomorfa de un orbe adelgazado, aligerado a medida de la necesidad moderna de romper con la sangre del pasado, con la densidad del presente{3}. La idea de enlatar lo pretérito, de filmarlo, está dirigida contra la persistencia bruta de su espesor en el presente. La película fotográfica aligera la realidad y su hondura, incluso las referencias literarias, como condición sine qua non para que después el cinematógrafo dinamice la totalidad de ese mundo. No parece por eso caprichosa la relación entre el cine y la circulación rodada{4}. En los dos casos, encontramos una exclusión de la profundidad que se asocia al mundo antiguo (sólo puede correr lo que es ligero). Si la propia fotografía periodística se mostró como movilidad estereotipada, y no precisamente como quietud, en íntima complicidad con esa congelación la «caja mágica» levanta la ilusión de que se puede reconstruir el devenir abandonado mediante la sucesión de instantes momificados de tiempo. Cortando la película de las vivencias en fotogramas aislados, dividiéndola, pegándola, montándola, el motor cinematográfico debe descomponer el día en planos manejables.



