DISECCIÓN DE UNA DISECCIÓN
Anatomía de una caída es una película impecable que conviene ver. Thriller sobre nuestras intimidades acosadas, está fabricada casi al detalle y mantiene la atención durante sus más de dos horas. Obviamente ambiciosa, es consciente de su nivel. Así se le debe juzgar. No habría por qué juzgar nada, lo propio sería dejarse llevar. Pero como uno sufrió, y al final no acaba encantado, lo justo es explicar esa incomodidad.
Alpes franceses. La nieve y el frío configuran un elegante drama de altura. A diferencia de otros clásicos nórdicos, sin embargo, ahora no hay un fuerte debate humano y real que permita apearse del frío, compensarlo. Salvo la periodista que Sandra (Hüller) intenta seducir, y quizá el fiscal, todos se desenvuelven en el diseño de escenarios de élite. Samuel (Theis) y Sandra son escritores, pero sus respectivas pasiones literarias giran en torno a las sucesivas pruebas y argumentos que sacan de sus vidas. Pero no cualquiera puede elegir la nieve. Cuando Sandra se queja de que su marido la ha arrastrado a su lugar natal, y se vanagloria de no sonreír a los vecinos, está expresando la misma seguridad fría que vimos en la Sandra Hüller de Tony Erdmann. Naturalmente, Sandra es bisexual, como toda la gente de alto rendimiento que ha de buscar en el sexo un experiencia de riesgo. Anatomía de una caída es la «disección asombrosa» de un rompecabezas afectivo. No tan asombrosa, se podía decir, si tenemos en cuenta que los afectos están amortiguados en los cadáveres afectivos que son los personajes de esta cinta, como cuerpos dispuestos para el análisis.
Esta historia es sórdida, pero la directora sabe que juega con nuestra adaptación, blanqueando la inercia. Lo peor de la película es que lleva al extremo la habitual propia sordidez y, al hacerlo con tan buena hechura, al final salimos de la sala casi aliviados. Ante Sandra y su mundo, no nos va tan mal. El hecho de que la trama esté llena de palabras y mantenga su largometraje en un control estricto de los giros –a veces un tanto fatigosos- que saturan la historia de Sandra, no tan apasionante, pone en duda ese hechizo polémico que la directora pretende. Voluntad que también se manifiesta en el detalle insólito de que la protagonista, Sandra Hüller, presente off de record el apasionante debate que van a ver los espectadores. Y la propuesta de una ficción que debe envolver a la realidad, adelantarse a ella. Tal vez por eso los personajes de Sandra y Samuel se llaman en esta narración igual que los actores que les dan vida.
Justine Triet intenta atrapar al público con el morbo de una relación con lo peor, pero lo hace de modo tan milimetradamente abierto, con tal indeterminación calculada, que cualquier suceso de la narración tiende a la impunidad moral. En la historia apenas hay lugar para una humanidad que no esté ahormada por la ambición de la inteligencia, omnipresente en un alto nivel de confort. Los problemas económicos de los protagonistas son también de altura, casi bursátiles. Los conflictos psíquicos, amortiguados por una educación que ha hecho del niño un talento musical. Expresión de esta Europa clonada, nadie parece sufrir a fondo. Ni siquiera Daniel (Milo Machado), el hijo ciego, que pronto se sostiene en su propia y secreta estrategia. Todos además se expresan maravillosamente, incluso en los peores momentos. De algún modo, como es tradicional en los escenarios urbanos, el encanto de la vieja humanidad pasa a las mascotas. En este caso, al perro del chalé alpino.
El hecho de que en la casa de los Theis todo pueda estar grabado –servido para un juicio- indica la emoción y la inteligencia artificiales que sostiene a los protagonistas, logrando una ficción que en cierto modo se adelanta a la realidad. La importancia de lo jurídico en esta historia no deja de señalar la relevancia de la copia, la prueba y la argumentación, en un universo encauzado por el diseño. Hasta el pequeño Daniel se adapta con relativa facilidad a la crueldad del formato jurídico. Ya antes de la muerte de Samuel, la vida en esta casa parece transcurrir virtualmente, duplicada.
La relación profesional y personal entre Sandra y Vincent (Swan Arlaud), a pesar de una atracción antigua por parte de él, nunca se precipita en nada. Es un buen ejemplo de la suspensión que atrapa a los personajes. A diferencia de otras muestras del «cine procedimental», incluso en la reciente El caso Villa Caprice, apenas ninguna lágrima es creíble, ninguna humanidad sin argumentos. Todo gira en una presencia calculada, sin calor ni unas entrañas que puedan pensar. Tendría gracia recordar con precisión el detalle insólito de esa protagonista, en otro juego que funde realidad y ficción, presentando al principio el apasionante debate que verán los espectadores. Igual que tantos progres empoderados, Sandra y Samuel no parecen contener nada de la vieja humanidad de sus padres. Incluso ellos dos, como padres, no tienen mucho de padres. Y esto ya antes de una ceguera filial que parece desdorar tan luminosa familia.
En esta historia la ficción se apodera otra vez de la realidad, que es justamente lo que el público quiere. A todo cerebro, sin nada de vísceras, deseamos una realidad donde no haya referente cognitivo ni moral. De ahí la importancia de lo jurídico y lo periodístico. Incluso cuando Sandra por fin llora, poco antes cuenta un buen chiste. Ella, podríamos decir, es una especie de elegante evasora de afectos. Nunca parece dejarse llevar. Como si apenas conociese la derrota, la caída sin red. Se supone que vive en un laberinto afectivo. En realidad, ¿dónde están aquí los afectos, libres de las estrategias de cálculo? Hasta el niño y el perro parecen tener coartadas.
El mercado de la opinión, las redes, el sexo, el Estado. Todo son mecanismos de desgaste donde nadie se enfrenta abiertamente a nadie. Cuando esto ocurre, se produce un juicio para resolverlo. Ahí es donde el fiscal, en un escenario de laboratorio, simula una especie de indignación moral. Pero la relación con el diablo, con la caída que es vivir, es mínima en este cine procedimental. De alguna manera imitando a América, ocurre como si las vidas ya no fuese posibles sin el Estado y su sistema judicial, si la amenaza de la ley no propicia un encuentro. En este sentido, la película de Triet responde a la judicialización de los últimos resquicios de la vida cotidiana, simétrica a la vigilancia obscena de un público voyeur. Estado judicial y mercado amoral se alternan. Occidente ha llegado al límite de sus fuerzas, no tiene mucho más que ofrecer. Expoliados los territorios de ultramar, ahora se dedica a los resquicios recónditos de la subjetividad.
Buscando el alivio de su propia miseria, todos opinan, son opinadores descorazonados. El morbo del público responde al interés de que alguien haya caído más bajo que uno mismo. Estamos ante una película muy bien hecha, pero de interés relativo. Bajo su piel brillante, Anatomía de una caída es monótona igual que un capitalismo avanzado donde todas las diferencias son consumibles. El trabajo de Triet sólo gana enteros gracias a nuestras vidas de mierda, que ponen la pasión que en la cinta falta. El conformismo de la expectación compensa la ausencia de sangre.
Como nadie es bueno, excepto un poco el perro, salimos a la calle más dispuestos que nunca a renunciar a cualquier decisión personal, desnuda. Según Triet, todo depende de estrategias. Y del suplemento de un «sucio secretito» francés que debe lavar las almas. Estamos ante una película hecha desde el apartheid moral que nos caracteriza. Después de aguantar dos horas y media, el escándalo del mundo y sus matanzas es menor al ver que también entre nosotros hay matanzas, aunque normalmente sin tripas. No hay nada como un buen conflicto existencial para que los verdugos puedan disculpar sus crímenes en lo mucho que sufren.
Finalmente, el suspense está otra vez al servicio de una suspensión de las decisiones, cambiando recuerdos y sensaciones. ¿Es casual que Sandra tenga que hablar en inglés, la lengua del nihilismo que nos nivela, cada vez que se enfrenta a una encrucijada? Igual que en los cenáculos de la UE, se habla inglés para no decir nada, ninguna verdad. La élite que sobrevuela la realidad usa una lingua franca para relacionar lo que no tiene relación. Puro comercio de sentimientos: Triet trabaja con este nihilismo. Casi nadie en esta historia –un poco el abogado Vincent, un poco la periodista seducida- posee el erotismo de alguna inocencia. Si todos se expresan en público con una excelente oratoria es por estar entrenados en el reino del espectáculo, aunque estilizado al modo europeo. Anatomía de una caída tiene poco nuevo que contar, pues su caída ocurre con red. En bucle, como la versión musical que es obsesiva en esta historia.
Ignacio Castro Rey. Madrid, 27 de diciembre de 2023
Palestinian author SUSAN ABULHAWA on GAZA and the PALESTINE struggle for LIBERATION
Susan Abulhawa is a Palestinian-American writer and political activist. She is the author of Mornings in Jenin—translated into thirty languages—and The Blue Between Sky and Water. Born to refugees of the Six Day War of 1967, she moved to the United States as a teenager, graduated in biomedical science, and established a career in medical science. In July 2001, Abulhawa founded Playgrounds for Palestine, a non-governmental children’s organization dedicated to upholding the Right to Play for Palestinian children. She lives in Pennsylvania. Her last book is «Against the loveless world». (https://www.simonandschuster.com/book…)
Cuidando la cólera
Buen año, querida,
Mil gracias por escribir. Es posible, sin embargo, que vivamos en sensibilidades distintas. Por ejemplo, me asombra que en el correo que me escribes enumeres un sinfín de problemas que aquejan a la humanidad y, casualmente, todos ellos sean coincidentes con los que ya está en primera plana de los medios: cambio climático, guerras, virus… ¿Guerras, qué guerras? No quiero dar lecciones a nadie, pero me escandaliza que olvides los centenares de miles de muertos que llevan a sus espaldas los palestinos. Eso no es ninguna guerra, es un genocidio. Los niños y las mujeres primero, claro.
Como sabes, el tema vuelve a estar de moda gracias a la barbarie desatada por el Estado de Israel. Aunque los grandes medios europeos lo hayan relegado, aproximadamente, a la página 26. Eso no es una «guerra», es una matanza que nos tiene como cómplices, pues buena parte de la élite europea -Universidad incluida- calla. ¿Qué hay que cuidar aquí? Tal vez la raquítica respuesta de los intelectuales europeos, especialmente de filosofía, se debe a que nos hemos cuidado demasiado unos a otros. Cuidarnos «unos a otros», en cierto modo, ya lo hacemos demasiado. Ello explica la censura encubierta en la que nadie se atreve a dar un paso al margen, o al frente. Ni en el tema palestino ni en casi ningún otro. ¿Alguien de la Universidad -por ejemplo- ha dicho sobre Rusia o sobre la Ley Trans algo distinto a lo que está mandado, a lo que ya dice «todo el mundo»?
Eres extremadamente prudente. Tal como están las cosas, yo no puedo serlo tanto. Por ejemplo, en cuanto a una juventud que es lo mejor y lo peor de este mundo. Por una parte, los jóvenes -con frecuencia, contra sus profesores- han protagonizado, de Estambul a Nueva York, las escasas muestras de asco y horror por lo que está sucediendo en Cisjordania y Gaza. Por otra, desgraciadamente, los asesinos de las FDI (Tzáhal) también son jóvenes, incluso cuando orinan sobra los cadáveres destrozados de los niños gazatíes. ¿Qué hay que cuidar aquí? Estoy en contra de cierta clase de cuidados.
Qué quieres que te diga, me parece un escándalo «cuidarnos unos a otros» cuando tenemos a los neonazis del sionismo en nuestras filas. Por cierto, de la poca gente que ha levantado la voz (Petro, Corbyn, Lula, Erdogan…) no son precisamente jóvenes. Mientras los cadáveres se acumulan, Sánchez y Yolanda callan durante casi todo el tiempo. Sin pretender dar lecciones a nadie, ¿cuándo entenderemos que el capitalismo que viene ha de ser, para mejor ejercer su labor de ablación anímica, rabiosamente joven? Por no decir alternativo. La bandera LGTBIQ+ puede ondear fácilmente en los tanques que revientan niños en Cisjordania. Después, la misma bandera seguirá en una fiesta techno.
Pensando en cuidar la vida, ¿te incomodaría si te digo que cada día que pasa entiendo más la resolución violenta de Hamas? Casi lo dijo Guterres: este «terror» no ha venido de un cielo sereno. No somos yo ni tú los «apocalípticos». Es el sistema, con el que la izquierda colabora -en Israel y fuera-, el que es apocalíptico. No estoy seguro de que para defendernos sea suficiente con volver a leer a Simone Weil, aunque la adoro, y cuidar el cuidado. ¿Hemos de cuidar también a los asesinos que tenemos al lado? Me parece que se trata más bien de empuñar un arma, aunque sólo sea la del lenguaje claro e incómodo.
Los intelectuales europeos han callado ante esta matanza por cuidarse en exceso unos a otros, constituyendo una torre incluso frente a sus alumnos. Creo que el cuidado pasa hoy por gritar algunas verdades, romper el pacto de silencio de las élites y volver a ser temible. Me escandaliza la complicidad de los intelectuales progresistas con el genocidio que se está ejecutando ante nuestros ojos. Y que se pueda prohibir la bandera palestina en Berlín, París y Londres impunemente, mientras los académicos siguen leyendo tranquilamente a Derrida. Ante la matanza que está en curso con nuestra anuencia, el cambio climático, los virus y las cuestiones de género me parecen un lujo de señoritos urbanos. ¿La socialdemocracia en la que estamos inmersos no hereda todo los vicios de sordera y cinismo que Marx criticaba en la burguesía del XIX?
Estoy a favor de la justicia que sólo puede ejercer cierta violencia. Eso significa también conectar con lo mejor de la juventud, su rabia antigua ante la vergüenza que es el mundo de los adultos.
Como ves, no estamos totalmente de acuerdo. Pero gracias por darme la oportunidad de intentar explicarlo. No te preocupes por el viaje a Girona. Era sólo un viaje más y, posiblemente, dudoso en todos los sentidos.
Agradecido por escribir, te mando un beso y un deseo de feliz año, de nuevo,
Ignacio
LEILA GHANEM: "No es nadie la muerte si va en tu montura". Entrevista de Ángeles Maestro para Diario 16+
¿Por qué la operación militar de Hamas del 7 de octubre conmocionó a Medio Oriente e incluso al mundo? ¿Cuál es el impacto histórico de este acontecimiento en los movimientos de resistencia de Medio Oriente?
No cabe duda de que para el pueblo palestino, y de hecho para el pueblo árabe, el «Diluvio de Al-Aqsa» del 7 de octubre fue una operación militar de proporciones míticas; en cualquier caso, sin precedentes desde la ocupación de Palestina en 1948, una especie de epopeya legendaria a los ojos de los pueblos árabes. Algunos escritores se remontan a Homero para evocar la imagen de la Ilíada, una leyenda heroica «en la que el débil consigue derrotar a su colonizador en un equilibrio de fuerzas inimaginable». En apenas dos horas, la mayor potencia de Medio Oriente, el quinto ejército del mundo, sufrió una aplastante derrota a manos de una modesta unidad de comandos apodada «Distancia Cero» (para destacar el enfrentamiento del cuerpo contra el tanque), compuesta por un centenar de hombres modestamente armados, pero dotados de un valor heroico. Veinte asentamientos liberados, bases militares ocupadas – una de las cuales albergaba el cuartel general del Tsahal en el sur –, un observatorio militar de alta tecnología encargado de controlar la frontera, la unidad 545 de investigación y la unidad 414 de inteligencia fueron neutralizadas y dos generales capturados. La leyenda sionista-occidental de la invencibilidad del Estado sionista se hizo añicos. En cuestión de horas, Gaza se convirtió en Hanoi. Y recordamos la célebre frase del general Giap durante su visita a Argel en diciembre de 1970: «Los colonialistas son malos alumnos de la historia».
Para el escritor y activista palestino Saif Dana, el ejemplo que más se acerca a esta victoria militar, a pesar del desequilibrio en la relación de fuerzas entre colonizados y colonizadores, es la «Revolución Haitiana», que fue y sigue siendo un símbolo importante para las personas de color de todo el mundo. Los haitianos, armados de valor y de «voluntad de emancipación», se lanzaron, dirigidos por Dessalines, a una batalla decisiva contra los colonos franceses, que acababan de recibir refuerzos, mandados por el general Rochambeau. Esta batalla parecía estratégicamente imposible, pero tras cuatro heroicos ataques dirigidos por el líder negro Cabuat, los franceses se vieron finalmente obligados a capitular el 18 de noviembre de 1803 en Fort Vertières, aunque los haitianos tuvieron considerables pérdidas de vidas humanas. Las guarniciones francesas se rindieron una a una, lo que permitió a la antigua colonia proclamar su independencia el 1 de enero de 1804. A partir de entonces tomó el nombre de Haití. Esta legendaria batalla ha pasado a los anales de la historia. Más tarde inspiró levantamientos de esclavos en otros lugares, como la rebelión de Aponte en Cuba en 1812 o la conspiración de Denmark Vesey en Carolina del Sur en 1822. Esa victoria también influyo decisivamente en Simón Bolívar y otros líderes de movimientos independentistas en América Latina, aunque habría que esperar hasta 1834 para abolir la esclavitud.
Lo que sucedió el 7 de octubre en Palestina es tan legendario como la batalla de Haití, y en adelante pasará a los anales de la historia, como las batallas de Hittin, El Kadissiya, etc., en tiempos de Saladino.
Imagínense el terremoto que sacudió todo el sistema del Imperio de Occidente ante la repentina derrota de su mano derecha, en la que había invertido miles de millones de dólares durante casi un siglo. La misma potencia a la que el Imperio había confiado la función de ser cabeza de puente imperial para controlar las rutas marítimas estratégicas, los recursos vitales como el petróleo, el gas y el uranio, y de constituir la pieza clave para consolidar su dominación desestabilizando a los enemigos del Imperio, introduciendo relaciones de clase en beneficio de los opresores… «Israel» estaba en el corazón de este sistema capitalista que debía mantener a los países del Sur dependientes de él; para ello, el pueblo palestino debía convertirse en un escenario precursor, en un modelo de persecución… Para lograrlo, era necesario desposeerlos, deshumanizarlos, mantenerlos bajo bloqueo, masacrar a sus líderes históricos… Esto requería un estatuto específico para sus títeres, y una protección política, institucional, financiera y mediática…
La alarma inmediata que sacudió el 8 de octubre a todos los dirigentes del mundo capitalista, que acudieron en masa a «Tel Aviv», es la prueba irrefutable de la inversión del mundo occidental en este Estado constituido al margen de la ley, al margen de todos los derechos y normas humanas. Derechos y normas creados por el propio Occidente.
El 7 de octubre fue una derrota para el Occidente imperialista. Y a partir de ahora, habrá un antes y un después de ese 7 de octubre. ¿Es Hamas una organización terrorista?
Empecemos diciendo que, aparte de Estados Unidos y la UE, ningún otro país del mundo acusa a Hamas de terrorismo.
Si nos fijamos en la historia, el término «terrorista» no siempre ha sido peyorativo. Los revolucionarios utilizaron el «terror» contra sus enemigos de clase. Fue durante la Revolución Francesa cuando el término «terrorista» fue utilizado por primera vez por Gracchus Babeuf al hablar de «los patriotas terroristas del segundo año de la República». Para el marxismo, el terror no era en absoluto un fin político, sino una herramienta, el instrumento de una política, y debe juzgarse en relación con los objetivos de esa política. Esto plantea dos cuestiones diferentes: primera, la cuestión de la legitimidad de los fines políticos, y la segunda, la adecuación de los medios. Condenar el terror como «sistema» metafísico oculta el interés por deslegitimar los objetivos políticos que se fijó.
Tomemos el ejemplo de la Comuna de París, punto culminante de la guerra civil francesa. Tras su derrota se les calificaba, por no citar más que Le Figaro, órgano de la reacción de los de Versalles, de “terroristas del Hôtel de Ville [del Ayuntamiento] o de “terroristas del 18 de marzo” o «la Comuna terrorista».
El terror se defendía o combatía en función de los objetivos que perseguían las diferentes clases sociales y facciones políticas y que cada una de ellas consideraba legítimos.
En una carta a su madre, Friedrich Engels le explicaba: “De los pocos rehenes que fueron fusilados al estilo prusiano, de los pocos palacios que fueron quemados al estilo prusiano, se habla mucho, porque todo lo demás es mentira; pero de los 40 mil hombres, mujeres y niños que los versalleses masacraron con ametralladoras después de que fueran desarmados, nadie habla».
Se diría que esta descripción de Engels se refiriera a los acontecimientos de Gaza. Podría pensarse que está describiendo cómo los medios de comunicación occidentales han valorado desproporcionadamente (y siguen haciéndolo) el impacto del ataque de Hamás el 7 de octubre, y el genocidio que siguió con la sangrienta venganza del ejército de Tsahal – ejército de «Israel» – apoyado por las fuerzas Delta norteamericanas y sus tres portaaviones en el Mediterráneo. Quienes han hablado de la Hiroshima de Gaza no están lejos de la cifra de las 70 mil víctimas que cayeron en Japón en agosto de 1945. En Gaza, la cifra de civiles asesinados sube a 50 mil.
Los Estados imperialistas-coloniales han denunciado habitualmente el terrorismo de las luchas de los pueblos sometidos a su dominación y tratado a sus combatientes de terroristas. Recordemos, una vez más, que varias organizaciones terroristas, puestas en la picota a lo largo de la historia, llegaron a ser interlocutores legítimos; fue el caso del Viet Cong, del Ejército Republicano Irlandés (IRA), del Frente de Liberación Nacional argelino, del Congreso Nacional Africano (CNA) y de muchas otras organizaciones que fueron calificadas a su vez de «terroristas», como la OLP y el FPLP en Palestina.
Con este término se pretendía y se pretende despolitizar su lucha, presentarla como un enfrentamiento entre el Bien y el Mal.
Cada vez que los palestinos se rebelan, Occidente – tan rápido para glorificar la resistencia de los ucranianos – invoca el terrorismo. Lo hizo durante la primera Intifada en 1987 y la segunda en 2000, durante las acciones armadas en Cisjordania o las movilizaciones por Jerusalén, durante los enfrentamientos en torno a Gaza, sitiada desde 2007 y que ha sufrido seis guerras en 17 años.
Queda por tratar la cuestión de la legitimidad de «Israel» para defenderse y desarmar a Hamas. Algunos medios de comunicación sionistas llegan a invocar a Thomas Hobbes y su percepción de lo que él llama la posesión por parte de las clases dominantes del «monopolio de la fuerza física legítima». Se ignora así que esta legitimidad no puede aplicarse a un Estado de colonos, una legitimidad impugnada en primer lugar por los palestinos, por los pueblos de los países de su entorno atacados (libaneses, sirios, iraquíes, yemeníes e iraníes…) y por todos aquellos que lo consideran un Estado de colonos. Antes del engaño del “Acuerdo de paz” de Oslo, la mayoría de los países del mundo no reconocían a Israel. Su legitimidad se basa, sin más, en una decisión de las Naciones Unidas, mientras que Israel ha rechazado sistemáticamente todas las decisiones relativas al pueblo palestino (resoluciones 242, 323, 194, derecho de retorno de los palestinos a su país).
¿Puedes explicar brevemente el contenido político del Eje de la Resistencia, quiénes son sus miembros y qué lugar ocupa Palestina en él?
Hay dos ejes diferentes, que se solapan, pero que no tienen una dirección común. Está el eje de los Estados: Irán, Siria, Yemen, Líbano (Sur) y el eje de los movimientos de resistencia que son grupos político-militares antiimperialistas de obediencias diversas que van desde el chiismo de los desheredados, al marxismo. Todos ellos, incluido Hamas, plantean la cuestión anticolonial y algunos propugnan la justicia social en su programa. Están integrados esencialmente por Hizbullah (Líbano), Yihad (Palestina), Hutíes (Yemen), AL-Mad shaabi / «Refuerzos populares» (Irak); y podemos añadir a este bloque el FPLP (Palestina), la Saraya (unidad especial de los campos de refugiados palestinos en Líbano) y otras organizaciones comunistas, como por ejemplo el Partido Comunista del Líbano que acaba de llamar a sus militantes a la movilización y se están entrenando en las bases de Hizbullah. Existe una importante coordinación entre estos grupos político-militares, que actúan bajo el lema «Unidad de Caminos», una forma que garantiza la relativa independencia de cada organización, en particular de las que tienen su base en Palestina, como Hamas. No obstante, cabe señalar que la coordinación con Hamas es más o menos distante, esencialmente por razones ideológicas – Hamas pertenece a los Hermanos Musulmanes, grupo islámico suní conservador – pero también por diferencias políticas, alianza de Hamás con Qatar y Turquía, lo que ha afectado a sus relaciones con Siria. En 2014, Hamás tuvo que abandonar el campo de Yarmouk, en Siria.
Sin embargo, es importante señalar que Hamas tiene una estructura diferente a la de las organizaciones mercenarias islámicas creadas por la CIA, como Al Qaeda o Anossra o Daesh, cuyo único objetivo era destruir las estructuras de los Estados árabes y combatir contra su resistencia antiimperialista.
Hamas es un movimiento palestino arraigado en las clases trabajadoras de Gaza, Cisjordania y los campos palestinos de Líbano, Siria y Jordania. Hamas fue elegido democráticamente en unas elecciones supervisadas por las Naciones Unidas en 2007, y desde entonces Gaza está bloqueada no sólo por «Israel», sino también por Europa y Estados Unidos. No es el islam lo que molesta a los imperialistas, que históricamente han sabido utilizar perfectamente al islam fascista. Por lo que confrontan con Hamas es porque esta organización se niega a deponer las armas hasta liberar Palestina y rechaza los llamados tratados de paz, como los de Camp David u Oslo, que sólo han servido para usurpar el 78 por ciento de la Palestina histórica anterior a la Nakba de 1948. Hamas recibe actualmente entrenamiento y armas del Eje de la Resistencia antiimperialista y no de sus amigos ideológicos de Estambul o Qatar. Esto explica las diferencias dentro de Hamas entre dos ramas: la rama militar, Al-Qassam, y la rama política cuyo líder vive en Qatar y no en Gaza. También hay que señalar que la liberación de Palestina está en el corazón del programa de este Bloque de la Resistencia, al igual que acabar con la injerencia yanqui en Medio Oriente.
A pesar de estas diferencias, la batalla de Gaza que se está librando actualmente ha requerido la unidad de todos los componentes mencionados y una perfecta coordinación militar. Su ingenio y valentía pasarán a la historia.
¿Se puede hablar de Bloque Histórico?
Para caracterizarlo, nos remitimos a Gramsci y a su concepto de Bloque Histórico, cuya primera mención se encuentra en el Cuaderno 4, en un pasaje que trata de la importancia de las superestructuras – éstas son vistas por Gramsci como el ámbito en el que los individuos toman conciencia de sus condiciones materiales de existencia – y de la necesaria relación entre la base y la superestructura.
Los movimientos anticolonialistas, independientemente de su filiación declarada, desempeñan un papel progresista en la dinámica de la historia y representan las aspiraciones de emancipación de las clases dominadas y explotadas. Su lucha sobre el terreno las radicaliza necesariamente. Es el caso de Hamas, que libra una guerra de liberación nacional y ha forjado alianzas en el campo de batalla con todos los componentes de la resistencia.
En otro pasaje del Cuaderno 7, Gramsci vincula el Bloque Histórico a la fuerza de la ideología y a la relación entre las ideologías y las fuerzas materiales; insiste en que se trata de una relación de unidad dialéctica orgánica, en la que las distinciones se establecen sólo por razones «didácticas».
Otra de las afirmaciones de Marx, muy significativa, es la que asegura que una convicción popular tiene a menudo la misma potencia que una fuerza material. Creo que el análisis de estas afirmaciones lleva a reforzar el concepto de «Bloque Histórico». En el Cuaderno 8, Gramsci insiste en la identidad entre historia y política, identidad entre «naturaleza y espíritu», en un intento de elaborar «una dialéctica de momentos distintos, como los que operan en el interior de la lucha de clases, de forma que el impulso revolucionario de los pueblos oprimidos actúa sobre las relaciones sociales de producción».
La demostración de la vulnerabilidad militar del Estado sionista para la Resistencia Palestina, ¿es comparable a la victoria de la Resistencia en Líbano en 2006?
Sin duda las similitudes existen, porque en ambos casos se trata de comandos precariamente equipados que se enfrentan a un ejército regular dotado de importantes medios. Los relatos de la batalla que nos llegan cada día desde Gaza muestran que la fuerza de la determinación de los combatientes es decisiva para el resultado de la batalla.
Cuando los gazatíes se refieren a sus combatientes como «samuráis» o hablan de «Distancia Cero», quieren mostrar el enorme valor de «un combatiente que se enfrenta a un tanque». En 2006, en la llanura de Khiam, cuando combatientes de Hizbullah se apoderaron de 40 tanques Mer-Kaba sin destruirlos, utilizaron la misma táctica. Sayyed Hassan Hasrallah dijo entonces para animar a sus hombres: «`Israel´ es más débil que una tela de araña». En palabras de Mao, «el imperialismo es un tigre de papel».
La derrota de Tsahal fue tan amarga que desde 2006 «Israel», que ha librado seis guerras destructivas en 25 años, ya no se atreve a aventurarse en Líbano.
Hoy en Gaza, su terrible y cobarde venganza contra los civiles, sobre todo mujeres y niños, no juega a su favor. En términos militares, las fuerzas poderosamente armadas israelí-estadounidenses, Tsahal y Delta, no han sido capaces, en 40 días de guerra feroz, de aplastar el fuego de los combatientes, de detener a Hamas, ni de capturar a uno solo de sus combatientes. La resistencia de Gaza, su pueblo y sus combatientes, está resucitando la batalla de Stalingrado.
¿Tiene algún fundamento real la opinión de que el gobierno sionista conocía el ataque palestino del 7 de octubre y lo permitió para desencadenar la masacre?
Muy al contrario. Como hemos señalado antes, «Israel» fue cogido por sorpresa de forma escandalosa. El comando llegó a ocupar las oficinas de la Dirección General, que se presentaba como una joya de la tecnología. El ataque puso en evidencia los fallos estructurales del quinto ejército más poderoso del mundo; mostró cómo este ejército fue desestabilizado de forma que empezó a disparar a todo lo que se movía, incluidos sus propios ciudadanos. Estos hechos fueron revelados tanto por los miembros del comando palestino, como por la prensa israelí, que citó a testigos. También Nasrallah aludió en su discurso al desconcierto del ejército israelí, que disparó contra civiles israelíes.
¿Cuáles son los principales planes del imperialismo sionista que se han roto con el ataque palestino?
Hamas aún no ha revelado las dos razones fundamentales de su intervención: la elección de la fecha y el lugar de su operación, pero conviene hacer algunos análisis para caracterizar la situación:
– La necesidad vital de romper el bloqueo, después de que los túneles del lado egipcio fueran cerrados en operaciones conjuntas israelo-egipcias en 2019 que asfixiaron a Gaza;
-La voluntad de frenar la limpieza étnica que se está produciendo en Cisjordania desde 2020 y que ha afectado a mil 600 jóvenes, especialmente en Yenín, Nablus, Jerusalén y El-Hawara, donde hubo un pogromo en 2022.
– El deseo de salvar Al-Aqsa, santuario musulmán y símbolo de la capital de Palestina, que Netanyahu ha decidido confiscar y abrir al Muro de las Lamentaciones. Los ataques a la oración de los viernes se han vuelto sistemáticos.
– Acabar con el proceso de acercamiento entre Arabia Saudita e «Israel», que incluía la construcción, ya iniciada, del Canal Ben Gurion[1] entre Arabia Saudita e «Israel», que debería desembocar en Gaza.
– El propósito de «Israel» de hacerse con los yacimientos marítimos de gas de Gaza[2].
– Las repetidas declaraciones de «Israel» sobre la necesidad de reducir a la mitad la población de Gaza y enviar la otra mitad al Sinaí, así como de enviar a los combatientes de Hamas a Guantánamo y a los dirigentes políticos a Qatar.
¿Por qué la solución de dos Estados, israelí y palestino, es inaceptable para las diversas corrientes de la Resistencia Palestina y califican esta propuesta de colaboración con el enemigo.
Si queremos resumir la historia de la ocupación de Palestina en unas pocas fechas, diremos que Palestina fue ocupada en tres fases: la Nakba de 1948, la Naksa o derrota de 1967 y los acuerdos de Oslo de 1993. Como reconoce Elías Sambar, jefe de la delegación palestina responsable de las negociaciones de paz, estos llamados acuerdos de paz (sic), que duraron 32 años, sólo sirvieron para ir reduciendo Palestina. Hoy sólo queda el seis por ciento de la Palestina original.
Además, una de las razones de la «popularidad» de Hamas, que fue elegido democráticamente en 2007 bajo los auspicios de una misión internacional de observadores de la ONU, es que los gazatíes, contra todo pronóstico, lo eligieron, no por su «doctrina islámica», sino porque esta organización se niega a deponer las armas y negociar un acuerdo de «capitulación». Una postura que costó la vida a una docena de sus líderes históricos, incluido su fundador, el jeque Yasin, brutalmente asesinado. Desde entonces, Israel ha sometido a Gaza a un bloqueo como castigo colectivo. Un bloqueo total que ha durado 17 años, que ha hecho de Gaza una prisión al aire libre antes de convertirse en un cementerio al aire libre.
Hamas no fue la única en rechazar los Acuerdos de Oslo, conocidos como los Acuerdos Vergonzosos. Todas las demás organizaciones palestinas los rechazan, incluidas fracciones de la Fatah (Consejo Revolucionario), así como la mayoría de los dirigentes de la OLP, y personalidades próximas a Arafat como Mahmud Darwish, que escribía los discursos de Arafat, o Edward Said. El Estado dormitorio, o Estado tapón que preside Mahmud Abbas, es ante todo un Estado de seguridad destinado a proteger a Israel.
En realidad, la solución de los dos Estados no es más que un señuelo que ha permitido a «Israel» seguir desposeyendo a los palestinos, acelerando la construcción de cientos de asentamientos y llevando a cabo una limpieza étnica sistemática en Cisjordania. Este año, antes del 7 de octubre, 266 jóvenes palestinos fueron masacrados en sus casas delante de sus familias, en una operación preventiva, ya que por decisión del Tsahal «estos jóvenes son terroristas potenciales».
De hecho, mucho antes del 7 de octubre de 2023, Israel nunca había ocultado su intención de «reducir a la mitad, es decir – aniquilar a un millón de seres humanos – el número de palestinos en la Franja de Gaza», provocando una «Nueva Nakba» y, por tanto, el éxodo y el genocidio. Lo que estamos viviendo actualmente en Gaza forma parte de un largo calvario sangriento para el pueblo gazatí: en 2006, 400 mártires; en 2008-2009, mil 300 mártires; en 2012, 160; en 2014, dos mil 100; en 2021, casi 300; y en la primavera de 2023, varias decenas.
Según Michèle Sibony [Michèle Sibony para Agence Média Palestine, 13 de octubre de 2023][3], antisionista declarada y portavoz de la Union Judía Francesa por la Paz (UJFP): «Sabemos cuál es el objetivo desde hace mucho tiempo: ‘el menor número posible de palestinos en el mayor territorio anexionado posible desde el mar hasta el Jordán’. En otras palabras, una tierra vaciada de sus habitantes palestinos y abierta a la colonización, un verdadero «gran reemplazo».
En un artículo publicado en Haaretz, titulado “Por qué los palestinos nos matan”, Amira Hass, periodista israelí antisionista, comenta los acontecimientos del 7 de octubre de la siguiente manera: «Los palestinos no nos dispararon porque seamos judíos, sino porque somos sus ocupantes, sus torturadores, sus carceleros, los ladrones de sus tierras y de su agua, los demoledores de sus casas, los que les han exiliado y les han bloqueado sus horizontes. Los jóvenes palestinos están dispuestos a dar su vida y a provocar un enorme dolor a sus familias porque el enemigo al que se enfrentan les demuestra cada día que su crueldad no tiene límites».
Uno de los creadores de Oslo, Gideon Lévy, que fue la mano derecha de Simón Pérez, acaba de declarar en una conferencia de prensa en Nueva York que«‘Israel´ es responsable de lo que está ocurriendo en Gaza y el problema no es el actual gobierno de extrema derecha, sino el hecho de que «Israel» se niega a la paz y ha mentido en todo momento». Para él, «Israel» sólo tiene una idea fija en mente: cumplir lo que se inició con la guerra del 48. Tania Reinhardt ya ha publicado un libro con el mismo título. Para «Israel», la paz «no era más que un pretexto para ganar tiempo y tierras y seguir construyendo asentamientos».
Por supuesto, la “paz” de Oslo se hizo bajo los auspicios de EE.UU., que quería proteger a su vástago dándole reconocimiento internacional. Oslo dio a «Israel» el reconocimiento de todos los países asiáticos, incluida China, de los países latinoamericanos y de 52 países africanos.
Según Ilan Pappé, la llamada paz también dio al Estado colono «la absolución total de todos sus crímenes cometidos contra el pueblo palestino desde 1948».
¿Qué ha cambiado definitivamente en la región desde el 7 de octubre?
Todavía es pronto para evaluar toda la trascendencia del acontecimiento, que dependerá del resultado de la guerra, pero lo que es seguro es que se ha tambaleado la ecuación sobre la que descansa el equilibrio entre el arrogante Occidente imperialista y los países del Sur.
El hecho de que «Israel» haya arrasado el norte de Gaza y matado a 30 mil civiles, el 70 por ciento de ellos mujeres y niños, y obligado a huir a un millón y medio de personas, no significa que «Israel· haya ganado. Tras 40 días de ataques, sus objetivos no se han alcanzado.
También es cierto que la desoccidentalización del mundo se ha acelerado para los países del Sur. El Occidente bárbaro ha quedado desenmascarado ante los pueblos. Ha supuesto el fin de las ilusiones sobre Europa como modelo de democracia o santuario de los derechos humanos y su verdadera faz ha quedado al descubierto en todo el mundo. Los responsables occidentales son señalados como criminales de guerra.
Según un periódico estadounidense, «Israel» es el país más odiado del mundo, lo que repercutirá en su privilegiado status. En un editorial titulado «Es hora de poner fin a la relación especial entre Estados Unidos e `Israel´», Stephen Walt, profesor de Relaciones Internacionales de la prestigiosa Universidad de Harvard (Boston MA), añade que el «apoyo incondicional» al Estado judío empieza a pasar factura. «El coste de esta relación estratégica está aumentando, y este coste no es sólo político sino también económico». Y, añade, «Cuando Estados Unidos utiliza su derecho de veto tres veces, en solitario, en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre un alto el fuego, está respaldando de hecho el ‘derecho a defenderse’ de «Israel», un derecho que apoya con una nueva transacción militar por valor de unos 735 millones de dólares». Costoso o no, EE.UU. no abandonará a su criatura «Israel», pero tales voces revelan una nueva realidad.
En lo que respecta a la posición de los BRICS, constituye una decepción total para el mundo árabe y especialmente para los movimientos de resistencia. Los BRICS se han mostrado como una alianza exclusivamente económica, que sólo vela por sus propios intereses. Esto está muy lejos del espíritu de No Alineación o de Bandung. Están interesados en que EE.UU. se hunda en Medio Oriente y esperan sacar provecho de ello.
¿Cuál es la importancia de la solidaridad internacional en los países que se encuentran hoy en el corazón del imperialismo?
De Los Ángeles a Río de Janeiro, de Estocolmo a Madrid, de Túnez a Ciudad del Cabo y de Bombay a Sydney, la opinión pública mundial lleva más de un mes expresando su revuelta contra la despiadada guerra de Israel contra los palestinos.
Ahora que las masas se han apoderado de Internet para ponerlo al servicio de su causa, desafiando y sorteando todos los métodos represivos de las multinacionales que dominan los medios de comunicación, se ha conseguido abrir una brecha en el muro mediático para mostrar lo que está ocurriendo sobre el terreno y transmitir a los gazatíes la solidaridad de los pueblos de todo el mundo.
Estas manifestaciones masivas en todas las grandes ciudades del mundo, son el testimonio de una revuelta contra los crímenes de «Israel» y sus protectores comprometidos en acciones militares con Estados Unidos; una revuelta contra la hipocresía de un Occidente que ha removido cielo y tierra contra Putin hasta un punto que roza el racismo antirruso, mientras que se callan aquí contra estos sórdidos crímenes.
Así, mientras que Estados Unidos se considera el principal defensor de «Israel», es interesante observar que las imágenes de las manifestaciones estudiantiles en apoyo del pueblo palestino en los campus estadounidenses muestran una mezcla heterogénea de árabes, descendientes de esclavos estadounidenses y nietos de emigrantes latinoamericanos. De la opresión que sufre el pueblo palestino se hacen eco, tanto los países del Sur, como una parte importante de los ciudadanos de los países del Norte, que recuerdan la opresión sufrida durante siglos de colonización y dominación, e incluso de humillación y crueldad, infligida por parte de sus antepasados.
«Israel» aparece así como el último de los países «blancos» en oprimir a un pueblo del Sur. Y el palestino desposeído, pobre y aterrorizado se convierte en un símbolo de clase.
Leyendo las pancartas de los manifestantes, se tiene la impresión de que la «excepción israelí», concedida por Occidente en nombre de las víctimas del Holocausto, y que minimiza el sufrimiento y la crueldad padecidos por otros pueblos del mundo, pronto llegará a su fin.
Hay que decir que esta solidaridad internacional se alimenta de la resistencia y el sacrificio de un pueblo mártir que sufre tres guerras al mismo tiempo: el terrible bloqueo total, el genocidio y el éxodo.
Esta tarde, un representante del FPLP declaraba que «nuestro pueblo se niega a marcharse, ha aprendido desde la primera Nakba que si abandona su patria nunca volverá; así que su única opción es «Vencer o morir». Permanecer en su patria ya es una victoria.
Personalmente, estoy convencida de que la batalla de Gaza es la batalla de todos nosotros, como lo fue la guerra civil española, la de Beirut en 1982, o la del Líbano en 2006. Todavía resuenan en mis oídos las palabras de Miguel Urbano cuando vino a saludar a la resistencia: «Allí donde el imperialismo concentra sus fuerzas militares, políticas, económicas y mediáticas, quienes le hacen frente lo hacen en nombre de toda la humanidad”. La caída de Gaza será la caída de todos nosotros frente a la barbarie capitalista. El mérito de esta solidaridad es haber señalado con el dedo a nuestro enemigo de clase.
Noviembre de 2023
[1] Nota de la traducción. La importancia estratégica del Canal Ben Gurion (Ben Gurion es el nombre del dirigente sionista que dirigió la masacre y desposesión del pueblo palestino en 1948) que iría del Mar Rojo a Gaza, alternativo al Canal de Suez y que canalizaría el 30% del comercio mundial de energía puede consultarse aquí: https://es.sott.net/article/90564-Israel-se-propone-abrir-el-Canal-Ben-Gurion.
[2] Nota de la traducción. La importancia del yacimiento de gas Gaza Marina estimado en 30.000 millones de metros cúbicos , junto a ooss yacimientos de gas y petróleo que se encuentran en tierra firme, entre Gaza y Cisjordania, en la actual guerra de Israel contra Palestina, se analiza aquí: https://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=51528
[3] Michèle Sibony para l’Agence Média Palestine, 13 octubre 2023.
"Escuchando la espera". Entrevista de María Rodríguez (O Sil)
Pregunta: – En una sociedad global, dominada por la tecnología, por la inteligencia artificial y el consumismo, con continuas crisis socioeconómicas y políticas, ¿qué lugar debería ocupar la filosofía?
Respuesta: – Desde cierta distancia anímica, la filosofía debería ser el reverso de nuestro espectáculo social para poder discutirle a los medios la exclusiva de lo que es la actualidad y pensar un presente que no cabe en el esquema periodístico. Se debe leer nuestro mundo entre líneas, adivinando lo que está enterrado en un enjambre social que en gran medida funciona en circuito cerrado, girando en torno a su desconfianza hacia el «atraso» exterior. Ahora bien, dado que hay tantas filosofías como personas o periódicos, cada una tiene su visión de la realidad. Muchas veces, al faltar la independencia frente a la velocidad del impresionismo informativo, la filosofía parece sólo un eco «intelectual» de la ceguera de los medios. Algunos filósofos discutimos la idea misma de «sociedad global», que sólo nos parece pertinente en el círculo vicioso de los temas de moda, dentro de nuestra redundancia viral. Realmente, ¿qué es lo «global»? Si estoy en paro, deprimido o con un intenso deseo de ligar, ¿de qué me sirve esa cantinela? Sin duda, para la diversidad del consumo y el endiosamiento de los titulares informativos, para un conductismo de masas que entretiene el ocio de una décima parte de la humanidad. Pero todo esto es muy limitado, pues buena parte de la Francia, la España o la Italia reales viven sumergidas bajo la superficie estadística que la casta política gestiona. A veces la globalización parece sólo una «complejidad» construida para que la gente corriente no pueda tomar decisiones. Lo que ocurre en un día cualquiera y en un lugar cualquiera resulta invisible para nuestro impresionismo informativo, que opera en bucle y tiene una inteligencia artificial muy corta. Tras su ideología y su identidad expresiva, un ser humano tiene problemas y potenciales soluciones muy secretas, a veces casi inconfesables.
P: – ¿Estamos hablando entonces de una superstición, de un simple mito?
R: – En cierta medida, sí. En momentos y cuestiones cruciales, ¿dónde está lo global? Aunque el trabajo de un carpintero se vea afectado por la guerra en Ucrania o el conflicto de Oriente Medio –el encarecimiento de los materiales, del combustible y los portes-, él tiene que buscar una solución particular, con frecuencia escondida. Donde está la ley general siempre hemos de buscar una fuga, una trampa vital. Pienso que vivimos en un absoluto local que se debate cara a cara con el peligro, con inquietudes, alegrías y miedos secretos, medio enterrados. La vida y la muerte, el bienestar y la pobreza, la tranquilidad y la zozobra, tienen siempre una raíz existencial y cultural. Ante eso, con frecuencia lo «mundial» sólo es un barullo elitista que intenta enredarnos. La dependencia de la mitología global es enfermiza, desarma el alma y los cuerpos. Bajo cuerda, es el mundo mismo el que resiste la mundialización. Aunque no se trata de volver a otro individualismo, que ya es excesivo. Se deben buscar soluciones elementales que han de tener un carácter real, libre de una «interdependencia» que está dirigida por expertos que ni siquiera nos conocen. La interdependencia es la ideología «horizontal» con la que hoy se disfraza la cruda dependencia del ciudadano medio con respecto a los grandes poderes que abusan de él. Tus propias preguntas, pienso, brotan de un suelo de tormento y vivencia, de una percepción singular y encarnada que no tiene cobertura planetaria. Tanto en la pasada pandemia como en las actuales matanzas, sobran respuestas «globales» y faltan preguntas vitales. Nuestros orgullosos valores universales son, desde hace demasiadas décadas, una disculpa para la sordera y la agresión. Creo que, entre otros muchos pueblos, los palestinos saben algo de esto.
P: – Hoy el hecho de pensar, ¿resulta más difícil que antes? La sociedad actual, ¿está perdiendo la capacidad de ser crítica con los poderes? Desde su experiencia de profesor, ¿cómo ve a las nuevas generaciones?
R: – Pensar fue siempre difícil, pues significa darle forma a lo que viene, en principio sin forma. Si hoy pensar resulta más difícil que antes es tal vez por dos motivos. Primero, se trata de pensar nuestra inmediatez envolvente, no un pasado sobre el que guardemos una cómoda lejanía. Segundo, entre la clase media el poder contaminante de la llamada sociedad del conocimiento es inmenso, tanto o más que en cualquier época anterior. Desde mi experiencia de profesor, de adulto rodeado de jóvenes, no sé muy bien qué pensar de las nuevas generaciones. Por un lado, pervive en ellas una adorable energía, un coraje y una generosidad intactos, atemporales. Al mismo tiempo, hay toda una moda joven, mimada por el sistema, que es casi lo peor de este mundo. Es cierto que ser joven nunca fue una garantía: los neonazis también son jóvenes. Pero en cualquier edad la juventud es un don, una actitud de aventura que nunca debemos perder. Por eso hoy existe, revestido de un aire lúdico y juvenil, una trampa mortal en la conexión masiva, dirigida en la sombra por cerebros seniles. El sistema adula a la juventud para corromperla, impidiendo que de ella surja nada distinto. Nuestra diversión obligada esconde una especie de fascismo emocional manejado por expertos fríos y maduros. Bajo la disculpa novedosa de «estar al día» buena parte de lo que el sistema nos ofrece es reiterativo y adictivo. Si un cambio verdadero fuese posible actualmente, tendría que partir de una alianza en nosotros entre el corazón y la cabeza. Entre una jovialidad muscular y perceptiva, que nunca debimos perder, y un cierto temple anímico que es propio de los adultos.
P: – En su obra ha analizado la sociedad y el mundo actuales. Durante la pandemia escribió En espera y Sexo y silencio. ¿Que ha supuesto para usted el Covid y cómo se ha reflejado la experiencia en estos libros, en su forma de afrontar el momento? ¿Qué pretende con ello?
R: – Escribí mucho en estos últimos años, madrugando incansablemente para apartarme de la inercia colectiva y seguir pensando sin pánico, al margen de la alarma permanente que es difundida por el Estado-mercado. La pandemia fue también un experimento temible de gobernanza, redoblando los mecanismos de coacción para lograr una obediencia mayoritaria. Desde entonces, casi cualquier espontaneidad ha desaparecido bajo las normativas y los protocolos: antes de llamarte por teléfono, tengo que preguntarte si puedo llamarte; para ir a cenar a cualquier restaurante, tengo antes que reservar. Etcétera. Nuestras élites padecen un indisimulable pánico a la sencillez. Es moral y políticamente aconsejable librarse de este histeria normativa para volver a ser fieles a una vida que sigue siendo muy física y nunca puede sentirse segura. Por mucho que lo pretenda el capitalismo woke, nunca viviremos en una cárcel de vigilancia intensiva. No debemos ceder ante el miedo, ante unos accidentes que en la vida real son inevitables. Esos dos libros, muy distintos, tienen en común el himno al coraje de una vieja libertad que ha de lidiar cada día con la incertidumbre, con un riesgo corporal y anímico para el que no hay cobertura. Los dos actualizan asimismo cierta ironía crítica sobre los grandes mitos gregarios de este momento histórico, unos mantras que nos hacen esclavos de una concepción vigilante y más bien policial del mundo. Pienso que nos hace falta un nuevo realismo, que tendrá que volver a pisar el suelo y atreverse a ser sucio, aunque eso ofenda a los partidarios de la democracia normativa y la corrección política.
P: – Realmente, ¿fue el Covid el virus que más ha debilitado física y mentalmente a la humanidad?
R: – No sé en los mundos exteriores, pero entre nosotros el virus que más debilita a la humanidad es el miedo. Nos están degradando los temores inducidos y una especie de depresión guiada que nos impide incluso la tristeza que, personal e intransferible, es una brújula genial para vivir y elegir. Lo contrario de la vida no es la muerte, sino el miedo. Esto lo sabe muy bien el poder y sus especialistas aliados, que se pasan la vida asustando a la gente para que dependa de la solución «global» que ellos manejan. El miedo es necesario, pues nos despierta, pero tenemos que modularlo. En el fondo, cada uno está bastante solo ante el riesgo, como hace mil años. Igual que entonces, hay que sufrir y morir un poco cada día para estar vivos, para ser de mortalmente eternos e inventar defensas ante el pánico inducido que los poderes de turno nos venden.
P: – Cuando estábamos recuperándonos de la pandemia y de su crisis sanitaria, social y económica, se produce la invasión rusa, un conflicto larvado que justamente entonces. Más tarde, las horribles escenas de Gaza. ¿Es una casualidad?
R: – No, no lo creo. Los tres acontecimientos tienen en común la histeria ante lo otro, un pánico infinitamente manipulable. Pienso que no fue ninguna casualidad el conflicto con los rusos y más tarde con los palestinos. Parece que los gobernantes, y un «cuarto poder» que casi siempre es cómplice de la casta política, buscan mandar desde la emergencia, con unas supuestas catástrofes inminentes que mantienen al público cautivo y lo empujan a una obediencia bovina. Tal vez por esta razón el comando estadounidense de nuestra moral democrática, tan unánime como sorda, no tuvo ningún interés en acortar el conflicto de Ucrania. Tampoco parece tenerlo ahora en detener la matanza, el terror y el hambre en Gaza.
P: – ¿Qué opina del papel que están teniendo los medios de comunicación y las redes sociales en esta espiral?
R: – Esta es la palabra clave: espiral. Con geniales excepciones, los medios y las redes se dedican a alimentar una dependencia viral, en bucle. El sistema busca que nadie tenga impresiones independientes, libres de la empresa política y económica de la opinión pública. De ahí que la censura haya vuelto con fuerza en plena democracia. La función de los medios es adelantarse a las sensaciones populares, lograr que la más elemental percepción esté regida por los modelos ideológicos, bastante sectarios, con los que Occidente encara el mundo. Este colectivismo tecnológico, personalizado en las redes para que cada uno tenga un papel narcisista e interactivo, es un sistema tan despótico como el viejo feudalismo. Pero más eficaz, pues se apodera de las almas con una violencia suave, casi vegana. Por eso hoy tanta gente, incluso después de ver escenas espantosas, sigue indiferente. Como máximo, consumiendo opiniones. La sangre de las tragedias se mezcla y refuerza la publicidad consumista, de modo que también ejerce un papel de anestesia. La muerte sangrienta de los otros escamotea nuestra muerte lenta. La libertad de expresión, ruidosamente emocional, es el calmante que hace invisible nuestra nula libertad de acción. Supongo que algún día debíamos dejar de trabajar en red para Elon Musk.
P: – La dinámica en la que estamos muestra retrocesos y síntomas de lo que algunos autores consideran una medievalización. ¿Qué piensa usted?
R: – No estoy lejos de este diagnóstico, aunque pienso que sabemos muy poco de una Edad Media sistemáticamente injuriada. Parece ser que todo lo que permanece en la sombra implica hoy un pecado del que hay que apartarse. Ante la penumbra de lo otro, vivimos protegidos por una especie de apartheid portátil. Evidentemente, la tecnología no es ajena a esta especie de racismo democrático. Por todas partes funciona un autoritarismo horizontal, pretendidamente transparente, que nos ahorra habitar la tierra como seres individuales. Hasta en la salud, en la orientación sexual y en la alimentación, tenemos que seguir a un Estado que externaliza en la sociedad civil la publicidad de sus dogmas. Como se ha dicho a veces, somos prisioneros políticos del terrorismo sonriente de la actualización, de una violencia inclusiva que demoniza cualquier independencia. Nadie debe quedarse atrás, ni fuera. Ante el dolor de vivir debíamos tener la obligación moral y política de partir de estar solos, dentro de nuestra piel y sus silenciosas percepciones. Sin individuos libres, que escuchen su patología, no hay comunidad, ningún encuentro posible. Es la única manera de recuperar cierta fortaleza, también de refundar comunidades con arraigo.
P: – ¿Qué se podría hacer para rebelarse contra esta dinámica de retroceso y quién podría o debería hacerlo, teniendo en cuenta que también la política está en crisis?
R: – La política es parte de este espectáculo endogámico que tiene la función de mantener apretadas las filas detrás de nuestro elitismo, con sus líderes y sus tropas. Esto no quiere decir que no debamos elegir con cuidado entre las distintas alternativas. En el conflicto con Rusia o con el mundo musulmán, Corbyn o Mélenchon no son lo mismo que Sunak o Macron. Lo mismo ocurre con Belarra o Gideon Levy frente al sionismo perfumado de una Ursula von der Leyen. Buena parte de nuestros líderes son simples camareros del autismo occidental, este servilismo francés o alemán ante un delirio angloamericano que cree, desde su isla auto-elegida, hablar en nombre del bien universal. De todos modos, la elección entre posiciones públicas distintas depende de una insurrección personal que debemos mantener contra viento y marea. Si delegamos nuestros sentimientos en la gigantesca empresa política e informativa, cedemos también el único terreno desde el cual podemos ejercer una fuerza. Debemos abrir todos los canales, también los prohibidos, para lograr que nos mientan todos y así, entremedias, lograr una percepción acorde con nuestra experiencia. Nadie debe imponer cobertura al sentir de cada uno, a las necesidades más íntimas. Sólo a partir de ellas podemos percibir lo que nos toca y encontrar pequeñas comunidades que resistan el imperio global, en realidad muy sectario. Sobre el sectarismo armado de nuestros valores universales sería bueno, de nuevo, preguntarle a unos palestinos que están en el horno crematorio día tras día.
P: – ¿Tiene en proyecto algún nuevo libro ahora mismo?
R: – Estuve estos años muy ocupado presentando dos libros que, cada uno en su terreno, defienden la idea de cierto vitalismo libertario, Sexo y silencio y En espera. Este pasado verano escribí Antropofobia, en torno al autoritarismo lúdico que esconde la Inteligencia Artificial. Acabo de terminar El materialismo de Dios, sobre la subversión política, cognitiva y moral que todavía encierra el humanismo cristiano y su concepto de persona. Tengo por delante un largo invierno dedicado a explicar y defender estos dos libros.
P: – En alguna ocasión da la impresión de tener una mentalidad «apocalíptica» ante los desafíos actuales. ¿Cómo ve el futuro de la sociedad, cuando menos la europea? Supongo que España y Galicia están dentro de este contexto general. ¿O ve alguna particularidad en nosotros?
R: – Etimológicamente, la palabra apocalipsis remite a la idea de revelar algo desde lo oculto. Pienso que sólo una nueva sacudida anímica puede librarnos de esta protección envenenada que nos paraliza con su inmensa legión de salvadores profesionales. Habría que atreverse a volver a una crudeza real que nos permita tomar tierra y buscar encuentros. No podemos ser optimistas en cuanto a esto, cuando los poderes establecidos han conseguido una obediencia dispersa casi perfecta. Con todo, hay que mantener la esperanza: «También hay vida al otro lado de la montaña», decía un viejo refrán. Y no perdamos de vista que el otro lado comienza hoy en uno mismo, en un interior que hemos dejado adormecer. No creo que la obediencia tome en España niveles particularmente apocalípticos. En cuanto a Galicia, es cierto que a veces parece un reflejo melancólico del miedo incrustado en Europa. El alabado «sentidiño» podría ser una versión hipocondríaca de la servidumbre terciaria que se vende desde el norte, envasada especialmente para los países vicarios del sur. Aunque ahora la unanimidad parece quebrarse con el escándalo de Gaza, en nuestra democracias la obediencia ha sido casi unánime, mientras las voces discordantes son aún tachadas de negacionistas, «hijas de Putin» o «cómplices de Hamás». Es como si la normativa triunfante fuese una verdad religiosa que sólo puede tener enfrente herejes, aunque hoy a los herejes no se les lleve al fuego, que apesta, sino a la invisibilidad y la cancelación. El silencio al que se condenan las voces disidentes es la cara siniestra de la diversión espectacular, conseguida a veces con una alianza temible de mayorías y minorías, de derecha e izquierda. Los verdes alemanes son abiertamente partidarios del «derecho de Israel a defenderse», es decir, del derecho del sionismo a asesinar a mansalva. ¿Se puede dar algún cambio importante en este panorama de despotismo con apariencia democrática? No parece fácil, pero quién sabe. La gente vive como hechizada, inmersa una especie de coma moral e instalada en el automatismo anímico. A la vez, parece estar aguardando algo. Es nuestro deber conectar con esa espera silenciosa. Dado que actualmente apenas conocemos a los vecinos, conviene preservar un fondo afirmativo de duda.