Documental publicado por lahoradigital.com: ¿Qué pasó con Yugoslavia?

Documental publicado por lahoradigital.com
¿Qué pasó con Yugoslavia?
Boris Kozlov
24 de noviembre, 2023

¿Qué pasó con Yugoslavia? El engaño de nuestra vida” es un cortometraje documental en el que cuento lo que fue Yugoslavia para mí, en mi infancia y también mi versión sobre su violenta destrucción.


Sociopatía de la última normalidad. Ignacio Castro Rey GETTY IMAGES

Sociopatía de la última normalidad

Después del ridículo de la inteligencia israelí en el espantoso y extraño atentado del 7 de octubre, se trataba de restaurar el pánico a «la única democracia de Oriente Medio». El rock de Apocalypse now, mientras se mataban vietnamitas, tenía así que ser ampliamente superado. Lo nuestro es un fascismo ambiental adornado con música techno, como el de esos jóvenes de las FDI que, con cualquier orientación sexual, bailan frenéticamente después de reventar palestinos con sus temibles Merkava. Pero algunas lluvias de sangre caen sobre almas mojadas. Aunque el mismísimo Elon Musk reconozca que cada niño asesinado genera diez milicianos de Hamás, ¿no se trata precisamente de hamasizar, de fanatizar al máximo el orbe musulmán? ¿Lo conseguiremos? Nos vendría de perlas para tener los misiles siempre listos y justificar de antemano el amasijo sanguinolento de cadáveres civiles. Habrá que destrozar a muchas mujeres pero, ahora que hemos aflojado la generosa ayuda humanitaria a Ucrania, municiones no nos faltan. Tampoco bombas de fósforo ni proyectiles de uranio empobrecido.

¿Qué pinta, en este espléndido panorama de carnicería ejercida en plena democracia vegetariana, las constantes alarmas tipo Que viene el Coco? Milei, Le Pen, Abascal, Trump, Orbán, Meloni… ¿De qué hablamos cuando hoy usamos el miedo a un retorno del «fascismo»? Es esencialmente una patraña, la impostura de un espantapájaros manejable. Es la coartada encubridora que hace todavía más invisible la violencia perfecta del sistema, el glamour de diversidad con el que opera el narcisismo genocida de nuestras costumbres. La matanza apocalíptica de Palestina, impune para Israel y para Estados Unidos, no se explicaría sin la inquisición institucional en que han entrado hace tiempo las democracias, una ferocidad neocon que convierte al fascismo clásico en un exótico trampantojo. Como el nihilismo occidental cree no tener ya ningún referente exterior y ha conseguido sentirse rodeado de una jungla bárbara más sus representantes interiores, los ultras-, se puede permitir el lujo de no tener nada vitalmente afirmativo que ofrecer. Le basta con sus horribles enemigos, así que dedica buena parte de su energía a satanizar el resto de la tierra.

Ni vale la pena volver a repetir la lista de bestias, personificados o culturales, que semana tras semana acosan y refuerzan las fronteras de «Occidente». Es preciso darle forma incansable a los fantasmas externos. Intramuros, el ejemplo ideal de todos ellos es el viejo fascismo, trasmutado también en islamismo radical o en despotismo paneslavo, viejos fantasmas que blanquean la interactiva y limpia violencia simbólica del sistema. Si puede, incluso sexy. Fijémonos en el confort sonriente de cualquier reunión de Davos, la OTAN, el FMI o el G7. Las élites sionistas, de cumbre en cumbre; los pueblos, de abismo en abismo. Para justificar esta escandalosa desigualdad no hay nada como una posibilidad todavía peor, el retorno de los fachas.

¿Para qué los necesitamos? Pensemos otra vez en la suave Úrsula. Aunque partidaria impasible de la venganza sangrienta de Israel, no es de «extrema derecha». Al menos, comparada con Javier Milei. Pero a fin de cuentas qué más da, pues si ella no es «fascista» es sólo para cumplir mejor el despotismo neoliberal del imperio. ¿Recordemos con qué aplomo frío y serpentino encaraba las críticas del diputado irlandés Boyd? Igual que otras elegantes muestras de nuestro bestiario democrático –Trudeau o Rishi Sunak no le van a la zaga-, ella representa un «fascismo» tan encarnado y consumado que puede prescindir de cualquier simbología totalitaria. Mientras avanza con su casco de peluquería en la aplicación de la agenda 2030, sonríe levemente. Apenas se notan los hilos de veneno occidental en las comisuras de sus labios pintados. La izquierda debía tomar nota de este fascismo correcto, casi cool, que ya no se llama fascismo. ¿Lo hará? No, está demasiado ocupada en servir a un capitalismo reciclado.

Von der Leyen se basta sola con su equipo de maquillaje democrático. Le sobra Le Pen, ya no digamos Orbán, que serían un estorbo demasiado creyente y vehemente, demasiado explícito. ¿Para qué exhibir un ideario agresivo y abiertamente racista si este ya está cristalizado en la marcha imparable de la conspiración europea? Asomémonos a The Great Narrative, el documento Schwab & Malleret que es guía de fondo de la azulada agenda colectiva. Úrsula se basta en ella con su inglés cuasi perfecto, su resolución fría y democrática. Investida de dolor solemne, sólo hay que verla desfilando en el monumento al Holocausto de Berlín para imaginarse qué nuevos hornos crematorios, pero a fuego lento, están en su mente inescrutable. Este es el fascismo que viene, la pulcritud silenciosa de su globalismo en jet. ¿Alguien se imagina a esta mujer gritando, no ya por los niños de Gaza, sino por la muerte de su propia madre?

Tiene razón Marine Le Pen cuando insiste en que no es de extrema derecha. Con este tipo de inteligencia artificial encarnada que nos lidera, sobra el fascismo. Lo mismo vale para Yolanda Díaz, Jacinda Ardern o Boris Johnson. ¿Qué queda en ellos de corazón, de espontaneidad, de pasiones primarias? Nada. Les une la niebla, la tibieza flexible de su centrismo mundial. Se dijo cien veces, pero nadie estaba escuchando, que el calentamiento global es la cara virtual de un analógico enfriamiento local. Es fácil que Marx se haya quedado corto al retratar la crueldad sibilina, la ausencia absoluta de alma en esta burguesía socialdemócrata o derechista que nos dirige. Netanyahu arrasa Gaza y Cisjordania no con el racismo primario que explicitan algunos de sus subalternos, sino ante todo con el odio sistémico y tranquilo de una Hillary Clinton, una Kamala Harris, un Scholz. Racismo democrático que admite la bandera LGTBIQ+ ondeando sobre los tanques que aplastan palestinos. Es el sistema el que el radical en su voluntad integral de desarraigo y obediencia interactiva, y esto nos ahorra vociferantes extremistas. Estando al mando el estado de gracia democrática en la planificación del espanto, los radicales sobran. Son sólo un eventual adorno, útil para jugar con su amenaza y enseguida desmarcarse de ellos. Nuestro fascismo es fluido, como las pantallas de plasma. Hay inevitables daños sangrientos al defender la democracia, pero al menos no rajamos mujeres indefensas al estilo de Hamás o Hezbolá. Siempre hay algo potencialmente mucho peor, y eso es lo que hace sostenible el sistema.

En el reino de la trasparencia democrática  el odio ha de ser modulado y progresista. Si puede, esbelto. Se dice que Sánchez no descuida el espejo ni el cuidado diario de su cuerpo. Igual que su adorado Obama, tiene mucho cuidado en no recordar la corpulencia campesina del húngaro Viktor Orbán, no digamos de Trump o Putin. Nuestro airoso despotismo ni siquiera debe parecerse a Juncker, cuya relativa humanidad le llevaba a beber como un cosaco. ¿Qué significan en realidad estos signos de adelgazamiento anímico? La gobernanza occidental debe alejarse lo más posible de lo que se llamaba carácter y su rastro de vicios, de cualquier espontaneidad, con sus gases en el vientre y sus pulsiones visibles. Hasta las emociones han de ser de centro. Si buscamos en los diccionarios el significado de «psicópata» o «sociópata», diagnósticos aplicados hasta ayer a nuestros asesinos en serie, veremos que ambas categorías clínicas se ajustan a nuestros líderes de trajes y rictus impecables. «Déficit de afectos y de remordimiento». «Narcisismo y alta capacidad intelectual». «Uso malicioso de la seducción». «Manipulación de los otros en función de un fin escondido…». Todas las variantes de un trastorno bipolar son cada día más compatibles con una normalizada visibilidad, con los recomendables ademanes telegénicos donde sobra el mal aliento y la espuma de feria en la boca.

Los medios se pasan el día denunciando formas groseras de la violencia –el machismo, la extrema derecha, el islam homófobo, la caza y los toros…-, pero todo esto es un enredo para lavar las conciencias, el dispositivo de blanqueo de una violencia interactiva tan plana como las pantallas de moda. En el plano de nuestra arrogancia autista, sigue siendo útil la frase de la socialdemócrata Golda Meir: «Podemos perdonarle a los árabes que maten a nuestros hijos. No podemos perdonarles que nos hayan obligado a matar a los suyos». Y es esta violencia afelpada, común al amplio espectro del sistema, lo que hace que Massa se sienta tranquilo y confiado ante el triunfo de Milei, incluso tras sus loas al Estado que sigue asfixiando niños prematuros en los destartalados hospitales que quedan en Palestina.

Ignacio castro Rey. Madrid, 21 de noviembre de 2023


La impunidad criminal de los elegidos. Ignacio Castro Rey

El racismo democrático de los elegidos

López Obrador es un oscuro populista, peligroso para la transparencia democrática. Corbyn, antisemita. Xi Jinping y Maduro, unos dictadores. Erdogan, al-Ásad y Putin, déspotas y asesinos. Dentro de esta incesante campaña de incriminación de la humanidad exterior a nuestro «jardín» occidental, campaña sostenida por unas democracias sin exterior y cada día más normativas, Palestina es sólo el epítome, la metáfora colectiva de nuestro odio al otro, a lo Otro. Esto explica tanto su aura de emblemática resistencia en algunas minorías sensibles como que las democracias consientan en masa el genocidio que allí se está ejecutando. Después de la incursión terrorífica de Hamás, extrañamente fácil, si cierto humanitarismo pide una pausa es sólo en cuanto a la proporción, la intensidad y las formas visibles de la carnicería en la Franja. Además, el pacto implícito en unas matanzas que se han vuelto vitales para el mercado, es que la sangre no corra a la vista. Mejor fuera de campo, como en las «penas de telediario» y la caza del hombre que cotidianamente emprenden los medios para mantener la idea de que una jungla infernal rodea a Occidente.

Bajo esta hipocresía democrática, es preciso recuperar la idea de que una civilización sigue siendo también un documento de barbarie. Que sepamos, los colonos canadienses, australianos o estadounidenses no han tenido que rendir cuentas a nadie. Se trataba de desalojar a las pueblos nativos a cualquier precio. Que se exterminasen a tiros o fueran enviados a reservas infestadas de alcohol letal era un detalle secundario. La misma impunidad vale para la lluvia de fuego sobre Dresde, también para unas bombas atómicas que fueron arrojadas por el Estado más peligroso del orbe contemporáneo. El desprecio del otro es la regla de la grandiosa historia occidental. Hitler denominaba sub-humanos (Untermensch) a gitanos, judíos y eslavos, igual que Netanyahu llama «animales inhumanos» no sólo a Hamás, sino a todos los palestinos que se rebelen en armas contra la esclavitud. El genocidio es la norma en el surgimiento de nuestras naciones. Y precisamente esta ley es redoblada sin ambages cuando se puede ejercer sobre lo que se han llamado «pueblos sin historia». La propia carta de Marx (1853) sobre la conquista británica de la India es de un cinismo despiadado.

La izquierda hegemónica que, salvo honrosas excepciones, consiente la hecatombe de Gaza colabora con el capitalismo en un genocidio a cámara lenta de todo lo que sea natal, atávico y arraigado en las poblaciones. No es sólo una anécdota que un padre, tras votar durante años a los socialistas, pueda decir: «Lo han conseguido. Nuestra juventud no tiene hijos, no tiene religión, no tiene patria ni sexo». Aunque este hombre exagere, parece indudable que el desarraigo es el eje de un sistema que ya puede funcionar con cualquier ideología. La única condición es lograr apartarse, elevarse sobre unos oscuros pueblos considerados infectados del atraso del pasado. Precisamente el atractivo de Israel, para tantos intelectuales, es el de un apartheid por fin democrático. Justificado además espiritualmente, pues su violencia tiene la justicia histórica otorgada por una larga persecución. Los asesinos no lo son porque antes son las víctimas. Su arrogancia armada es por fin impune, libre de sospecha y absuelta por un pasado de víctimas únicas, como dice el periodista hebreo Gideon Levy. No es casual la matanza de niños palestinos. La descendencia de los apestados ha de ser decapitada de raíz, a bajo coste. Hace poco, una bestia Wasp decía sin inmutarse: «Realmente, ¿se pueden suponer civiles palestinos inocentes? ¿Lo haríamos con los nazis?». Y la izquierda instituida, en EE.UU. o en Francia, no es ajena a esta justificación democrática de la matanza. El propio Bernie Sanders clamaba hace pocos días por la necesidad de continuar con los bombardeos masivos. En qué nivel ha de estar el colaboracionismo occidental con la barbarie para que un tibio funcionario como Guterres, o una estrella radiante como A. Jolie, tengan que recordar en alto lo que los líderes europeos no dicen ni con la boca pequeña: que una cárcel gigantesca de régimen abierto se ha transformando en una tumba colectiva. En Francia y Alemania, en Argentina e Inglaterra, el anterior colaboracionismo con los nazis se prolonga ahora en el colaboracionismo con la matanza sionista.

La propia autoridad moral del judaísmo parece haber llegado a término al convertir la tierra prometida en una orgía sangrienta que amasa los cuerpos de los otros. Y con frecuencia, bajo un aire de fiesta. McDonnald’s sirve hamburguesas gratis a las tropas de la democracia. En unos de estos días, soldados israelíes que vuelven de una ronda nocturna disparan para divertirse a una enfermera palestina que espera su autobús en Cisjordania. La eliminación de la alteridad es la aspiración que anima el narcisismo de la actual vanguardia democrática. Es reconfortante que una exigua minoría judía proteste ante este festín caníbal de los elegidos, pero eso no cambia la ferocidad impune del progreso. Hamás, que antes de las Intifadas y de la financiación sionista era una simple organización caritativa, es la disculpa para blanquear la violencia apocalíptica contra los últimos «judíos de los judíos». Igual que, salvando las distancias, Franco y la extrema derecha es la cortina de humo que justifica la entrega actual de la socialdemocracia española a la disolución que nos impone el capitalismo europeo.

Fueron reconfortantes en estos días las tajantes declaraciones de Ione Belarra. Queda la siniestra duda de hasta qué punto son parte de una campaña electoral encubierta en la que Podemos puede y debe desmarcarse de Sumar y de Sánchez. De hecho, igual que en la publicidad, enseguida las alusiones de Belarra y Montero a los niños palestinos asesinados se mezclaron con los habituales mantras sectarios sobre el abuso sexual en la Iglesia, la obsolescencia de la monarquía y el derecho del progresismo a pactar con quien sea para continuar en el poder. En este punto se puede recordar que el calificativo de «facha» tiene en España el mismo efecto represor que el de «antisemita» en Europa: vale para encubrir un abuso democrático que no tiene ninguna humanidad exterior ante la que rendir cuentas.

Al margen de una tregua provisional, que sólo va a servir para ordenar los cadáveres y convertir a Gaza en un Lager gigantesco, como ya lo es Cisjordania, a Israel sólo podría pararlo sufrir miles de bajas en sus tropas. Al menos, la mitad de esa masa de cadáveres civiles que son el saldo de un mes de bombardeos en Palestina. Como es sabido, ese coste militar no se va a producir. Al apoyo incondicional de la «democracia más grande del mundo» y la tradicional parálisis de la ONU, se une la tibieza de China y Rusia. Y del Vaticano. En cuanto a Palestina, todo el mundo quiere mirar hacia otro lado. También unos regímenes árabes y musulmanes comprometidos hasta la médula con el modelo de apartheid capitalista que tiene en el estado de Israel su vanguardia minuciosamente construida. Que la nación que ejecuta desde hace setenta años el genocidio se presente a la vez como la única democracia del Oriente Medio dice algo acerca de la naturaleza de las democracias en este capitalismo tardío.

La impunidad de Israel es la de los elegidos, también en su condición de víctimas únicas del pasado totalitario europeo. De ahí que se impongan con un terror impune, del que forma parte esa acusación indiscriminada de «antisemitismo» que frena todas las protestas. Los pocos que resisten a la infamia del nuevo racismo es por ser fieles a un humanismo que, sin necesidad de ideología, resiste al conductismo masivo que se ha infiltrado a derecha e izquierda. Lo asombroso no es que Almeida, en plena masacre infantil, rinda homenaje al estado de Israel. Lo llamativo es que J. M. de Prada pueda ser mucho más tajante que Yolanda Díaz ante el intento de borrar a Palestina del mapa.

Es Bolivia quien rompe relaciones diplomáticas con Israel, no España, Brasil o México. Tampoco Egipto o Marruecos. Hoy en día sólo algunos versos sueltos están libres del sistema de reparto que impera en el orden político. El propio Mark Fisher, tan venerado en medios alternativos, ya adelantaba la necesidad de abandonar las «viejas causas» de la izquierda para centrarse en las rarezas que adornan el capitalismo. No resulta fácil desde entonces ser optimista. Si hoy el progresismo quisiera recuperar cierta intransigencia existencial, abandonando el colaboracionismo con un genocidio a fuego lento que es el eje del progreso capitalista, tendría que recuperar valores populares que hace tiempo la izquierda asocia al conservadurismo. Sería urgente una nueva alianza de distintas voluntades de resistencia humanista, pero esta no va a venir de una corrupción política implicada hasta la médula en nuestra flexibilidad cadavérica, en la gestión totalitaria de sus restos.

 

Ignacio Castro Rey. Madrid, 13 de noviembre de 2023


Palestina retrata la política occidental. Rafael Poch de Feliu

Publicación en el blog personal de Rafael Poch de Feliu
14 de octubre 2023

Los tres principales países europeos, Reino Unido, Francia y Alemania se han declarado, junto a Estados Unidos e Italia, “unidos y coordinados para garantizar que Israel pueda defenderse”. Palestina lleva muchos años retratando la política occidental. Gracias a ese apoyo, el invocado derecho de Israel a la existencia, un derecho verdadero que ningún estado capaz de conculcarlo pone en duda, se traduce en el derecho a la aniquilación de los palestinos. La suma de la herencia colonial europea y la responsabilidad europea por el genocidio de seis millones de judíos europeos tiene por absurda y trágica consecuencia permitir que Israel se proponga y cometa la destrucción de los palestinos no solo como entidad política y nacional, sino como sociedad.

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Taller on line Limo producciones

AMORES TÓXICOS: Taller de cine y filosofía on line

Taller on line Limo producciones

En esta ocasión tratamos uno de los temas más antiguos y obsesivos. El amor a tu pareja; a una causa o una vocación; a un padre, a los amigos, a una hija. Un verdadero amor nos parte en dos, y lo que queda después no siempre es del todo razonable. En la pasión sexual, tan difícil de distinguir de la lujuria y el miedo a estar solo, amamos a partir de una incerteza de sí, presuponiendo que el otro guarda sobre uno mismo una verdad que estaba escondida. El amor es así una mudanza peligrosa, pues el puerto final de una pasión se desconoce. Diga lo que diga cualquier normativa de corrección política, de un amor intenso es difícil recuperarse. Es como una droga, algo que embriaga o envenena, una adicción que nos libera de nuestra tendencia masiva a las adicciones. El amor tiene poco que ver con el consentimiento, ya que ni siquiera pide permiso a la consagrada identidad de cada quien. Es un asalto a la mesura con la que vivimos, un salto brusco que puede llegar a quitarnos la relativa entereza que teníamos. De ahí un «delirio» de leyenda, que a veces nos ciega, generando alegría y envidia, o asustando a los que nos quieren. Es posible que el fenómeno contemporáneo del sectarismo -en la repetición informativa, en la sordera de tantas ideologías salvadoras- brote de cierta miseria en la capacidad de amar, que siempre pone en peligro la seguridad de nuestro narcisismo. Si amas, enloqueces un poco. Si no amas, enfermas lentamente, languideces o te aferras a absurdos fanatismos. En este mundo de estruendo no podemos, quizá no debemos vivir sin amar algo. Sólo hemos de cuidar que lo que amamos no acabe devorándonos.