(Texto de Ignaco Castro Rey publicado en FronteraD)
Cuando cayó la primera nieve nos empezamos a conocer mejor (M. Crnjanski). Justicia para Serbia.
Lo de menos son los escándalos sexuales que el año pasado salieron a la luz en la Academia Sueca. Los perdonaríamos, ya que al menos indicarían que estos señores son humanos y les queda todavía algo de sangre en las venas. Lo asombroso es la pretensión de mantener a nivel mundial «motivos estrictamente literarios» que cubran el planeta y seleccionen en él el canon literario de lo que vale y lo que no. Es esto lo aberrante, probablemente tan dañino como la legión de muertos que ha dejado tras sí la invención de la dinamita por el venerado ingeniero de armamento Alfred B. Nobel. El propio Handke, en una de las peores entrevistas que le recordamos (El País, 10/10), está casi genial ante la decena de periodistas que, después de años de ignorarlo e insultarlo, por fin le esperan en grupo: «No sé cómo celebrarlo». Dice haber nacido culpable, pero al fin sentirse libre. Aunque durante un tiempo no lo será, ya no lo es ante la nube de preguntas estúpidas: «¿En qué va a gastar el dinero?» (Vaya, esto no es muy sutil, ironiza Handke). Enseguida se recupera: «¿Tras el Nobel? Hay que continuar como si nada. Es uno de mis motivos en la vida: hacer como si nada». Cierto, pronto todo volverá a su cauce: el de la clandestinidad. Afortunadamente, igual que la historia no sabe lo que hace, los periodistas no tienen ninguna memoria (salvo cuando, con intenciones policiales, tiran de hemeroteca). Sobre todo para quien, como todos los clásicos, es un hombre de una sola idea que ha de extenderse en todos los campos posibles: novela, teatro, ensayo, cine o poesía. Y en varios idiomas, incluido el español. Todo demasiado complejo para hacer de ello crónicas fáciles, salvo que estén premiadas por un gran Premio.